viernes, 10 de junio de 2011

El barrio autónomo lave rap

Quería dejar de ver tanta verticalidad. Las personas que viven fuera de la ciudad, dicen, tienen la mirada más profunda, como en fuga. Ellos despiertan y ven el horizonte, el paisaje, y así reflexionan. Contemplan la llanura, las montañas, mares o ríos, y así rozan el sentido auténtico de la vida, su fin. Nosotros, en cambio, despertamos en un laberinto de cemento, mirándonos los unos a los otros, llegando desesperados a destinos eventuales y contingentes. Autos, colectivos, peleas, gritos, marcas, bocinas, luces, humo, ruido, todo se nos impregna en cada poro y nos convierte en verdaderos bichos de ciudad.
Mi única alternativa era ir al este de la ciudad, al Río de la Plata. Salí de mi casa en pleno microcentro porteño, caminé por Av. Córdoba, crucé Alem y unas cuadras después llegué a un puente interrumpido custodiado por oficiales de la Prefectura Naval. Me acerqué para ver el motivo del impedimento y presencié una secuencia que me sorprendió. Un velero, imponente y timoneado por un señor de unos cincuenta años, canoso, panzón, con una chomba color salmón, cruzando el puente corredizo e interrumpido mientras que peatones, ciclistas, automovilistas estaban esperando que se reanude el tránsito. Lo miraban en silencio como con odio, envidia, preguntándose cómo hacía para poder salir a navegar mientras todos los demás nos calcinábamos con el cemento y el smog. Y claro. Una persona que, siendo las tres de la tarde de un lunes, puede darse el lujo de interrumpir por veinte minutos la vida laboral de todos, sólo puede salir a costa del trabajo de otros. ¿O tendría franco ese lunes como yo? Pienso que no. Seguro tiene franco de por vida. Franco es el llano camino de su estabilidad económica lujuriosa. Franco debe ser su nombre. En fin, ese episodio fue el bocadillo de presentación del barrio autónomo Lave Rap.

Dejé a Franco atrás y finalmente crucé el puente. Así que esto es Puerto Madero. Podría haber ido directamente al río pero, fiel a mi naturaleza de bicho, me inmiscuí en el barrio. Recordé cómo en el menemismo se había empezado a diagramar y financiar este vecindario con enormes sumas de plata lavada y cómo el macrismo siguió con la tendencia. Las construcciones se hacen a tal velocidad que si uno se descuida puede toparse con un nuevo edificio allí en donde instantes atrás había sólo un terreno. Esto no es un barrio, me dije. Esto es algo pero no es un barrio: no hay papeles en el piso, no hay colectivos, no hay inseguridad. ¿Cómo compararlo con algún otro vecindario de la ciudad? Es como la Capital de la Capital Federal. Es la centralización de la centralización. Es, en definitiva, un barrio autónomo. Podrían los puentes desprenderse, el barrio salir flotando –gracias a barriles de billetes- , y permanecer en el medio del Río de la Plata sin problemas. Continué mi caminata. Me sorprendieron las plazas perfectamente diseñadas, con el pasto verde reluciente, la perfección de las baldozas y los bancos. Por un momento me pareció estar en un mundo hecho de Legos. Miré mis manos y por un momento pensé que se habían convertido en manos de plástico. Pero no fue así. Continué.
Voy a enfilar para el río, pensé. Necesito llegar a mi tan ansiada horizontalidad. Alcancé entonces la costanera. Por fin. Al caminarla me encontré con un lugar extraño. Empecé a entender. Los vecinos del barrio autónomo deben dimensionar su barrio con la forma de un asado de tira. Es así. La parte de la grasa está en la costanera: decenas de puestos de choripán, bondiola y paty, junto con sus respectivos dueños panzudos, sudados, esuchando reggaeton y cumbia; gente de barrios empobrecidos de la capital y el gran buenos aires paseando. Los vecinos del barrio autónomo no deben seguro concurrir allí. Ellos pertenecen a la parte tierna de la tira, la parte rica. Por otro lado, me tentó la bondiola y me comí una.
Llegué por fin al río y lo miré unos minutos. ¿Qué significa para mí ese paisaje? ¿Por qué lo busco? No llegué a encontrar una respuesta. ¿Es un escape? No lo creo. Finalmente, me di cuenta. La respuesta no está en el río, no está en la fuga ni en la profundidad. La respuesta está a mis espaldas. Me di vuelta y lo vi. El contraste. Qué significa este barrio para mí? ¿Cómo puede identificarse el lector con este barrio de Buenos Aires si puede ser un barrio de cualquier otra ciudad primer mundista del globo? ¿Qué es lo que lo une con el resto de la ciudad? Las torres acá son más altas, los pisos más limpios, las pieles más claras. No hay clubes sociales, bodegones, rinconcitos, personajes. Es el barrio de la superficialidad. Su división por el río con el resto de la ciudad me parece significativa. Ya no busco horizontalidad. Ya la encontré. En mi cabeza.

2 comentarios:

  1. me encantó, muy buen retrato, lo disfruté!!

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  2. excelente juan!

    Hace rato que tengo ganas de ir a la costanera a comerme un chori y sacar fotos en la reserva.

    Un beso

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