En 1948, miles de árabes debieron
marcharse obligatoriamente de sus tierras originarias como consecuencia de la
guerra árabe-israelí. La antigua Palestina había quedado desmembrada y la
flamante nación israelí había conseguido su ansiada independencia. Aquél
recordado éxodo dejó sin hogar a cerca de 700 mil pobladores originarios. Nabka,
que en árabe significa “catástrofe”, es el nombre con el que se recuerda ese
suceso que marcó el inicio del actual conflicto palestino-israelí y que produjo
una honda herida en la memoria de los palestinos.
En el marco de la gira por los países árabes amigos de los Estados
Unidos, el Presidente Barack Obama ratificó el compromiso histórico de su país
con el mantenimiento de la paz mundial al advertir que “todas las opciones están sobre la mesa” para
impedir que Irán pueda llegar a fabricar una bomba atómica. El peligro
principalmente sería para Israel, aliado “eterno” de su país, según el mismo
Obama; pero también para el resto de las naciones quienes sufrirían los ataques
terroristas de grupos ligados al régimen
iraní como Hezbolá o Hamas.
A pesar de las actuales acusaciones, fueron los Estados Unidos quienes
incentivaron el programa nuclear iraní en los 50s, lo reafirmaron en las
siguientes décadas e intentaron impedirlo en el 2000 – de acuerdo con una
investigación del periodista norteamericano James Risen, nunca confirmada por
las autoridades – cuando proveyeron secretamente información errónea al gobierno
iraní con el fin de retrasar el programa; el problema fue que los científicos
locales detectaron las fallas y el proceso, en vez de demorarse, se aceleró.
Las relaciones entre Irán y los gobiernos occidentales vienen siendo
tensas desde hace décadas, en las que se cortaron muchos vínculos comerciales y
en las que el Organismo Internacional de Energía Atómica (OIEA) denunció
irregularidades y desviaciones de los supuestos objetivos científicos y
pacíficos de los laboratorios iraníes. En los últimos años las tensiones se
agudizaron cuando la Unión Europea y los Estados Unidos pusieron serias
restricciones a las importaciones de petróleo iraní. Por su parte, la nación
árabe amenazó con bloquear el Estrecho de Ormuz, lugar por donde pasa el 40%
del comercio mundial del crudo.
Mas tensas son las relaciones entre Irán e Israel, cuyas voces
principales vienen intercambiando declaraciones que rozan las invitaciones
abiertas a una guerra. De hecho, en 2005 el presidente iraní, Mahmud
Ahmadineyad, afirmó que sería deseable que Israel sea “borrado del mapa” y que este país es el epicentro de una conspiración
judía mundial. En febrero del año pasado el ministro de Defensa de Israel, Ehud
Barak, aseguró que la opción militar contra Irán “es real y está lista para ser
usada”. Mismo durante una conferencia en la ONU, celebrada el pasado septiembre,
el primer ministro israelí, Benjamin Netanyahu, exhortó a las
naciones aliadas a trazar una "línea roja" contra la
carrera nuclear iraní, lo cual no solo se tradujo en un pedido de sanciones
económicas, sino también en una solicitud de apoyo ante una eventual incursión
bélica del país hebreo.
Irán mantiene relaciones estables con China,
su principal socio comercial, y con países latinoamericanos como Brasil,
Argentina y Venezuela. Por su parte, Israel busca el apoyo de la comunidad
europea y sabe que cuenta con los Estados Unidos.
La actuación de este último país es siempre un
tema principal en cualquier agenda. Las declaraciones de los funcionarios
norteamericanos siempre son tratadas como un tema de mayor importancia ya sea
porque expresan el pensamiento – o los intereses – de buena parte de fuerzas
políticas y económicas, ya sea porque muchos connotan en ello un expreso deseo
de intervenir en otros países bajo excusas que distan mucho de las causas
reales que persiguen los estadounidenses ¿Acaso no es historia conocida que se
busque el consenso contra un enemigo público para después poder atacarlo? Pasó
durante la guerra fría cuando, en pos de diezmar al enemigo comunista, lanzaron
una desenfrenada carrera armamentista contra la Unión Soviética, participaron en la guerra de Corea,
devastaron Vietnam y coordinaron un macabro plan continental en Sudamérica para
que cada gobierno de facto se encargue respectivamente de eliminar a la “amenaza
roja”. Es mas reciente la historia del 11 de septiembre de 2001: cuatro aviones
penetraron el cielo norteamericano provocando una catástrofe cuya orquestación
sigue siendo hoy día motivo, como mínimo, de controversia. La amenaza
terrorista había nacido a nivel global y los norteamericanos encontraron
fácilmente el apoyo que necesitaban para emprender la llamada “guerra contra el
terrorismo”. Invasiones en Afganistán, en Irak, derrocamiento de regimenes –
ascenso de políticos adictos, tal sucedió en nuestras tierras – y miles de
daños colaterales, es decir, civiles muertos.
¿Pero porque tanto problema sí al fin de
cuentas lograron reducir el terrorismo mundial, eliminaron a su máximo
referente y siguen teniendo presencia en medio oriente como para controlar
posibles ataques de los siempre amenazantes árabes? No solo su accionar ha sido
devastador para todo el pueblo árabe – cuya realidad, hay que decirlo, tampoco
es la de los campos Eliseos – sino que también sus planteados objetivos huelen
a mentira y, mas precisamente, huelen a oro negro. Y es que medio oriente es un
oasis de petróleo, ese cáncer tan necesario para todas las economías del mundo
¿Creer en altruismo o creer en interés? No parecería haber una razón real por
la que los últimos gobiernos estadounidenses se ponen la paz mundial al hombro
y obran por la defensa de todos los países del mundo. Pareciera haber más
tangible y más realista: el interés económico del gobierno norteamericano y de
sus corporaciones aliadas.
Es curioso escuchar el derrotero de Obama contra la obtención de armas
nucleares por parte de Irán ¿No fue su país el que pulverizó hace más de medio
siglo a las poblaciones de Hiroshima y Nagasaki con dos bombas atómicas?
¿Alguien cuestiona la capacidad militar actual de los Estados Unidos? ¿Alguien
siquiera se preguntó qué es lo que pueden producir hoy si hace 50 años tenían
la capacidad de explotar el mundo entero? ¿Por qué siguen y siguen invirtiendo
buena parte del presupuesto es armas? ¿Cuáles son sus objetivos reales? Se
escuchan a pocos mandatarios haciendo este tipo de preguntas. Pero sí
escuchamos continuamente a los líderes europeos, al premier israelí y a Obama
hablando de la inminente amenaza nuclear que asecha al mundo.
Por supuesto que el gobierno de Ahmadineyad, xenófobo, machista y censor de los derechos humanos no es un
lujo para la sociedad global. La situación en medio oriente es complicada desde
hace siglos ya sea por conflictos religiosos, políticos o económicos. Con
respecto a las supuestas armas nucleares iraníes, el gobierno árabe alega que
no existen, sino que se está experimentando para alcanzar logros científicos
pacíficos, que puedan proveer de mayor energía al país.
Probablemente no sea ni blanco ni negro: las intenciones iraníes quizás
no persigan tales inocentes fines, pero de esto a pensar que están ideando un
plan nuclear para atacar a los Estados Unidos y a las potencias occidentales,
hay un gran abismo. Será fanático, será ortodoxo, ambicioso y un tanto
siniestro pero es de esperar que a Ahmadineyad no le falle el sentido común:
¿Qué sentido tiene fabricar una bomba nuclear sabiendo que los Estados Unidos por
sí solos han de tener capacidad para destruir todo el mundo árabe en cuestión
de minutos?
Hay que estar atentos, eso es indudable. El peligro es muy grande y el
enemigo está a la vista de todos. Hace siglos está a la vista de todos y al
menos que alguien realmente lo cuestione, va a seguir haciendo lo que se le da
la gana y con todas las opciones que tiene sobre la mesa, que como dijo el
mismo Barack, son “muy significativas”.
Solo resta rezarle al Dios que más convenza a cada uno para que un nuevo Nabka no esté a la
vuelta de la esquina y para que los mal llamados daños colaterales dejen de
asechar a las poblaciones inocentes del mundo.