jueves, 19 de enero de 2012

Callate, ignorante


El brasilero Paulo Freire fue uno de los pensadores que supo entender más acabadamente aquella famosa frase de Sócrates “Solo sé que no sé nada”.
¿Freire y Sócrates? Efectivamente, uno de los postulados del pedagogo plantea que el hombre es un ser inacabado: esto es, en continuo crecimiento y aprendizaje. Sabio es aquél que entiende que nunca entenderá todo, y que siempre se puede aprender más, aunque nunca aprenderemos todo.
Si aceptamos esto, podemos afirmar 1) que la ignorancia no existe o 2) que todos somos ignorantes… ¿y si ambas son ciertas? Empecemos por  ofensiva para luego pasar a la más controvertida.
En algún punto, por más que a algunos se les aplaque el orgullo, todos somos ignorantes. Peca de obvio pero: podemos saber mucho de cierto tema, y absolutamente nada de otro. Reconocerlo uno probablemente sea más llevadero que si otro nos lo reconoce; de cualquier forma, esto se vuelve evidente a la larga.
Parece contradictorio ahora plantear que la ignorancia no existe, pero que no se malentienda: lo que no existe es la ignorancia absoluta. Todos sabemos algo, por más útil o inútil que nos resulte a nosotros a los otros. Permítaseme caer en los estereotipos para dejarlo claro: ¿Qué diferencia hay entre que un Doctor en Filosofía llame ignorante a un campesino por no saber las reglas del método Cartesiano, con que el hecho de que éste campesino llame ignorante al filósofo por no saber arriar  una vaca? ¿Qué es más útil? ¿Quién es el ignorante? No hay una respuesta única para esto, podemos decir que ambos conocimientos son útiles en determinados contextos y en otros no, y que ninguno de ellos es ignorante: saben de algo pero de lo otro, lo cual no los convierte en unas bestias irracionales.
Como podemos ver, se trata de la sencilla y compleja tarea de abrir el campo visual: de entender que todos tenemos capacidades, distintas, con más o menos status social, diferentes pero quizás complementarias. También entender que esa escala entre más capaces y por tanto mejores, y menos capaces y por tanto peores, no es más que una invención y convención social.
Pensar antes de llamar a otro, despectivamente, ignorante, incapaz, “inculto” o inútil, porque…quién sabe, de esa persona es muy probable que podamos aprender saberes que ni sabemos, en nuestro sana ignorancia, que existen.

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