miércoles, 22 de febrero de 2012

La falla de Balvanera

El ejercicio de echarle la bola al otro, de lavarse las manos y mirar para otro lado resulta de lo más sencillo. De hecho, es lo que la gran mayoría de la gente suele hacer cuando hay algo que anda mal. Es bastante fácil pensar o decir “por culpa DE pasó TAL cosa”.
Esto nos hace caer directamente en una palabra de uso común: la negligencia. Ésta puede ser definida como “la falta de cuidado o el descuido. Una conducta negligente, por lo general, implica un riesgo para uno mismo o para terceros y se produce por la omisión del cálculo de las consecuencias previsibles y posibles de la propia acción.”La vemos todos los días, desde una persona que tira un papel a la calle, descuidando así el medio ambiente, hasta una mala praxis en un hospital, pasando por un accidente provocado porque el conductor pasó en rojo el semáforo.
En las grandes tragedias lo vemos claramente: en el futbol, en los hospitales, en los boliches, en las escuelas, en la ruta. Hoy le tocó al transporte público.

Como todos los que tuvimos contacto mínimamente con algún medio sabemos, hoy por la mañana un tren de la línea Sarmiento chocó contra el freno hidráulico de la estación de Once. Hasta este momento el saldo es de más de 600 heridos, 49 muertos, y contando.
Como sucedió con Cromagnon, o con la inseguridad en los hospitales públicos, o cuando se derrumba un edificio, o cuando un avión se cae; luego del normal y necesario lamento, viene la aún más normal búsqueda del/los culpable/s. Es entonces cuando la bola empieza a girar, pasando de funcionario en funcionario, de ente en ente, de institución en institución, y de persona a persona. Suele pasar que nunca nadie tiene la culpa, que no sabe, que no lo maneja eso, que hizo su parte y hubo una falla en otro sector, que revisará qué fue lo que pasó, etc.
Hoy escuchábamos y veíamos en los medios a los que tenemos acceso regularmente, que el delegado culpaba a un dirigente, que la culpa es de TBA, del ministro de transporte de la ciudad, del de nación, o del maquinista, o del mecánico que sabía que ese tren no estaba en condiciones de salir a circular.
Esto esta en plena investigación, pero ya lo hemos visto muchas veces, por lo que la tendencia nos lleva a preguntarnos: ¿Y si la culpa es compartida? ¿Si todos y cada uno de los que mencionados tiene cierta cuota de responsabilidad, o por no regular el servicio como corresponde, o por no chistar cuando vio que algo andaba mal? ¿Y qué sucede si hasta nosotros, los pasajeros, los que aun vivimos y los que se fueron, tenemos cierto grado de responsabilidad?
Quien viaja en tren a diario, sabe que el servicio esta lejos, muy lejos, de ser el ideal. Que los trenes han sido comprados hace décadas, que se viaja cual ganado en condiciones deplorables, que las vías no están mantenidas como corresponde, que inclusive el servicio no llega a ciertos puntos del país donde antes llegaba y debería seguir llegando. Quizás sea momento de dejar de esperar que la solución venga “de arriba” y empezar a hacerse escuchar uno, porque tal como vimos hoy, las irregularidades son monstruosas y desembocan en hechos lamentables como éste, y podemos seguir esperando sentados, o parados y asfixiados, como solemos viajar, a que se tomen medidas que mejoren la calidad de este servicio, o al menos que las hagan desprovistas de riesgo de muerte.
Esperemos que esto no se dilate, como también suceder un par de meses después de ocurrida la tragedia; que no quede en una indemnización a los familiares y una serie de declaraciones de diferentes personajes públicos; en un par de días de duelo nacional o en un profundo lamento toda la sociedad.
La mencionada tendencia nos lleva también a pensar que “tienen que pasar las cosas para que alguien haga algo al respecto”. Ya es tarde, ya pasó. Luego del duelo tienen que ponerse a trabajar “ellos” (TBA, los ministros, los entes reguladores, etc.), pero también “nosotros”, en calidad de pasajeros, o simplemente de miembros de una sociedad que, como hoy todos lamentamos, sigue teniendo fallas muy profundas.

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