En comunicación existe un concepto, un poco pasado de moda según los estudiosos, que parece salir a flote cada vez que alguien, profesional o no, intenta analizar el funcionamiento de los llamados “Medios Masivos de Comunicación”. Ese concepto es el de “Agenda-setting” y significa algo así como que el medio le impone a las personas los temas de los que tienen que hablar, les va marcando la “agenda”, por ejemplo: hoy hablamos todos sobre Malvinas, mañana sobre la tragedia de Once, y pasado sobre los supuestos negocios turbios del Vicepresidente.
Si uno considera que el individuo tiene cierta autonomía en su pensamiento, que elige de qué hablar y de qué no, este concepto pareciera ser retrogrado, e inclusive ofensivo.
A pesar de no ser un concepto completamente acertado se lo puede relacionar con el hecho de que “los medios crean realidad”, y resignificarlo, o al menos lograr que deje de hacer tanto ruido.
En este sentido, el tema que vienen tocando los medios en los últimos días es la seguridad, o mejor dicho, la falta de la misma. Es un tema que hace añares va y viene en el escena de la opinión pública. Un tema que se reaviva cada vez que pasa algo, pero que pareciera olvidarse relativamente rápido, para después aparecer otra vez cuando sucede otro hecho delictivo o cosas por el estilo.
Quizás tenga que ver con el hecho de que la rapidez y el bombardeo de la información que transmiten los medios es cada vez mas acentuado; quizás tenga que ver con que a la opinión publica le hace ruido un tiempo, se conmueve, siente una pasajera empatía, y vuelve a su cotidianeidad sin que pase nada (con mas miedo, probablemente, pero habiendo hecho poco y nada para intentar cambiarlo).
Lo cierto es que cada vez que se reaviva el tema de la inseguridad, pareciera tocar una fibra sensible de la gente, ya sea porque sufrieron algún hecho delictivo, ya sea porque tiene miedo de sufrirlo.
Lo que particulariza al tema en cuestión, más allá de su permanente latencia, es que puede ser abordado desde los más diversos puntos de vista. Tiene tantas aristas que da la sensación de que es un tema cuya discusión puede llegar al infinito.
Pero claro, existen los infaltables “lugares comunes” que, a pesar de ser comunes por algo, son en los que la opinión pública suele caer generalmente.
Los lideres de opinión (otro concepto supuestamente pasado de moda) suelen tener un grado de influencia en el pensamiento de la gente, yendo desde un “el que mata tiene que morir”, hasta la búsqueda de una solución de fondo, basada en el incentivo a la educación, la reforma del sistema carcelario, etc.
Al hablar del “pensamiento de la gente”, por más estadísticas que se tengan o por más testimonios que se recojan de los medios o del boca en boca, lo cierto es que es poco lo que se puede afirmar en este sentido. Más bien se puede teorizar o conjeturar, que es lo haremos a continuación:
De un tiempo a esta parte, el tema de la inseguridad ha adquirido una gran relevancia y vigencia, siendo maximizado muchas veces por los medios de comunicación, los cuales suelen crear estigmatizaciones con respecto a los actos delictivos y criminales.
Es evidente que los actos se han recrudecido con el pasar de los años al aumentar el riesgo de muerte cuando uno es asaltado. Si hablamos de “códigos”, los mismos parecen haberse perdido, o haber sido reemplazados por otros que indican que matar a la victima es una posibilidad más factible hoy día.
La sección de “policiales” de los medios se encarga de describir los hechos, y la sección de “sociedad” de analizarlos. Es ahí en donde estos actores adquieren su verdadera relevancia.
Además de la exposición, el análisis se encarga de intentar entender por qué pasa lo que pasa y de la forma en la que pasa. El problema reside en que dicho análisis se centra en destacar los aspectos más morbosos de los hechos, y las características más criminales de los delincuentes: que lo mataron de quince tiros en el pecho, que lo descuartizaron, que encontraron su cadáver en un descampado, que le robó y después lo mató, que lo torturó física y psíquicamente, que la victima tenia todo un futuro por delante y que dejó una familia desolada detrás, etc.
Sin descartar que todo esto y el resto de las cosas que se dicen sean ciertas, el problema es que al quedarse en ese nivel de análisis, descriptivo y encasillador, no se genera una auténtica búsqueda de soluciones de fondo a la cuestión.
Por otra parte, cuando no quedan en la estratosfera, las observaciones se dirigen a soluciones corto-placistas: bajar la imputabilidad, crear más cárceles, aplicar mano dura, sacar más policías a la calle, reinstalar la colimbia, etc.
Lo evidente para muchos es que la solución a este problema, así como para tantos otros, reside principal, aunque no únicamente, en la educación.
La educación entendida como aquella herramienta a través de la cual el individuo adquiere independencia y pensamiento autónomo, capacidad de entendimiento y discernimiento. Entendida como una práctica liberadora, que nos da opciones para elegir que camino tomar, o al menos para saber cual no tomar.
Este es el punto que todos deberíamos abordar en profundidad: la falta de oportunidades genera que los individuos terminen en un callejón sin salida que los lleva a adoptar prácticas que van por fuera de los códigos sociales mínimos de convivencia. Estas prácticas suelen asumir la forma de la autodestrucción: el delito y la drogadicción, las cuales generalmente vienen de la mano.
Es una enorme falacia el pensar que alguien nace con el instinto criminal a flor de piel. Es una justificación por demás simplista, y satisfactoria para muchos, el pensar que la criminalidad se lleva en la sangre. Así como el pobre no nace pobre, el “chorro” no nace “chorro”. Debe ser que cuesta mucho entender que no es biológico, sino social, lo cual implica que nos involucra a todos: al “chorro”, a su familia, a mi, a usted, a vos.
Será cuestión de entender que así como los “niños bien” son los hijos de la sociedad del progreso, los “niños mal” son los hijos de la sociedad de la decadencia. Son dos caras de una misma moneda.
El problema es que, como no nos consideramos parte de un todo, solemos desligarnos de la responsabilidad que implica la existencia de esa desviación que lleva a sujetos como cualquiera de nosotros, a terminar matándonos o matándose.
Entender que los hoy delincuentes fueron ayer marginados, desprovistos de las necesidades básicas, rechazados, ignorados, olvidados, los cual los llevó a tener una visión particular de la vida: la odian, le guardan rencor, no les importa. Esto último explica el hecho de que la muerte llegue a ser algo tan cotidiano para ellos. Si la vida no importa, no importa tampoco lo que se haga con ella: aparecen las drogas, las escapadas a esa realidad hostil; aparece el delito, ese trabajo a través del cual uno se puede “ganar la vida”, o perderla.
Por supuesto que es extremadamente difícil pensar en todo esto si a uno le matan a un hijo, o le violan a la mujer en la cara. En esos casos no hay lógica que valga, ya que la pasión hace que uno llegue a pensar que la venganza compensará el daño ocasionado.
Sin embargo, somos nosotros, los que tuvimos la suerte de no sufrir en carne propia una experiencia delictiva, o los que son lo suficientemente fríos a pesar de haberla vivido, los que debemos buscar soluciones estructurales a la cuestión. De nada sirve emparchar, buscar salidas fáciles, rápidas y efectivas al corto plazo. Es el camino más tentador, pero dista mucho de ser el más efectivo: al largo plazo, el parche se termina saliendo.
Lo que también debemos entender es que la búsqueda de soluciones es un trabajo colectivo, ya que además de incentivar la educación, evidentemente es necesaria una reforma judicial de fondo: rever la aplicación de penas, reformular el sistema carcelario, que la justicia tenga como fin, en la práctica, reformar y no deformar al individuo.
En esta empresa, de larga duración y arduo trabajo, no solo es necesaria la aplicación de la interdisciplinaridad, es decir, el trabajo de psicólogos, sociólogos, sociólogos, antropólogos, abogados, educadores, etc., sino que también es menester que cada uno de nosotros, integrantes de esta sociedad que a veces nos indigna, empecemos a mirar un poco más allá de nuestro propio mundo, y nos demos cuenta que el problema de la inseguridad puede y debe resuelto entre todos.
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