Más allá de que se hayan hecho todos los tipos de análisis posibles con respecto al genocidio que implicó el golpe militar iniciado el 24 de Marzo de 1976, es importante no dejar de abordar el tema para que no se olvide, como suele suceder con tantas otras cosas en esta sociedad de la cultura de lo efímero.
La gran pregunta que nos podemos hacer es en qué estaban pensando quienes lo llevaron a cabo. Los distintos análisis historiográficos, sociológicos e inclusive psicológicos nos pueden responder que esos señores pensaban que debían marcar el rumbo de aquella convulsionada sociedad de los setenta, en donde los hijos de Marx y Evita, al decir de Galeano, parecían adueñarse de la escena. Pensaban que la sociedad debía ser re-educada, que el tirano Peronista había creado un monstruo que no pudo parar y que “los subversivos de siempre” se estaban radicalizando cada vez más, que las masas estaban equivocadas, que la guerrilla era la máxima expresión de la barbarie organizada de esos tiempos. Pensaban que a este pueblo joven, infantil, le faltaba disciplina, aprender a respetar a sus superiores, a acatar las ordenes, a llevar un modo de vida disciplinado y ejemplar. En su mesiánica visión, pensaban que venían a salvar al pueblo de la influencia subversiva, del terror rojo, y con ello, pensaban que venían a cumplir un sacrifico al asumir tamaña responsabilidad.
Si nos ponemos a ver el contexto en el que estuvo inmerso este nefasto proceso de desorganización nacional, nos vamos a dar cuenta que pasaba lo mismo en varios países de la región: Videla en Argentina, Pinochet en Chile, Banzer en Bolivia, Bordaberry en Uruguay, entre otros, fueron los hijos de la llamada Doctrina de la Seguridad Nacional , la cual decía algo así como que el enemigo no estaba de las fronteras para afuera, sino todo lo contrario: dentro del mismo país. Esto debe entenderse en el marco de la llamada “guerra fría”, la cual consistía en el enfrentamiento de los Estados Unidos, tan liberales y democráticos ellos, y la Unión Soviética , tan intranquilizadora y totalitaria, según los vecinos del norte.
Aprendidos y aprehendidos los manuales de la escuela de la muerte (más conocida como Escuela de las Américas), muchos de estos genocidas aplicaron sus conocimientos contra su propio pueblo: lo secuestraron, lo torturaron y lo desaparecieron.
Durante las dos décadas en las que se dieron la mayoría de estas dictaduras (alineadas en los setenta bajo el famoso Plan Cóndor), no podemos dejar de preguntarnos también cómo podían dormir tranquilos estos señores habiendo causado miles de muertes, millones de torturas e incontables desapariciones.
Lo cierto es que este pueblo lo sufrió en carne propia. Un pueblo que más que re-educado fue castigado, azotado por el peor enemigo del hombre: el miedo.
Además de hacer trizas al estado y a la economía, lograron que el terror se instale como una invariable en la sociedad. Cuando el Falcón empezó a ser manejado por la Parca, los argentinos debimos elegir entre los dos caminos de siempre, pero en su versión extrema: la indiferencia o la lucha.
Fue entonces cuando, mientras algunos “no se metían”, otros dieron cuerpo y alma para mantener vivo aquello que no muere nunca: los ideales. Esa lucha que desembocó en la desaparición de una generación entera, fue la de aquellos enemigos de la negación de la libertad, de la imposición del miedo y la inseguridad como forma de vida. Fue una lucha estigmatizada, ya que subvertir el orden establecido iba en contra de los valores occidentales y cristianos, los cuales se sabían muy correctos y éticos en la teoría, pero macabros en la práctica.
Esos “zurditos”, esos “tirabombas”, esos “guerrilleros”, “subversivos”, y tantas otras catalogaciones más, hicieron lo que otros hicieron en otro tiempo y lo que muchos intentamos hacer en éste: luchar contra aquél o aquellos que quieren que vivamos sometidos. En la dictadura asesina de hace 36 años el enemigo era bien visible, con su prolijo uniforme y su disciplinado andar. Ese enemigo visible intentó invisibilizar a quienes lo enfrentaron, pero podríamos decir que le salió al revés: su derrota reside en el hecho de que las 30.000 almas que quiso invisibilizar están más vivas que nunca, al ser el símbolo de una lucha que no se debe abandonar.
Los enemigos de ayer fueron los militares, los de antes de ayer las elites que fundaron esta nación matando indígenas para unificar el territorio, y antier los colonizadores de los cuales debíamos liberarnos. Hoy son las corporaciones, las elites que desde siempre vienen queriendo manejar nuestros destinos a su antojo, la banca, las naciones que quieren someter a otras acusándolas de terroristas, los organismos internacionales que ocultan bajo su fachada institucional las intenciones de un puñado de hombres de manejar el mundo como mejor les conviene. A esa altura de la historia, el enemigo adquirió tal grado de sutileza que no nos damos cuenta de que existe, y de que quiere que sigamos con los ojos tapados, o saturados por la industria del consumo.
La lucha de esos 30.000, y de otros millones que viven para contarlo, no debe quedar en el pasado, no debe ser pasado: debe ser futuro y sobretodo presente. Debemos entender que esas voces que se intentaron callar, censurar, prohibir, fueron las voces que abogaban por un futuro de libertad y de repudio contra el terrorismo organizado. Fueron las voces que querían lo mejor para usted, para vos, para mí, para nosotros y para todos.
Por todas y cada una de esas voces, es que no debemos bajar los brazos contra quienes quieren que vivamos oprimidos. El enemigo sigue ahí, es por eso, incansablemente por eso, que la lucha continua.
Publicado en Palabra Valija Nº 1, Marzo 2012.
No hay comentarios:
Publicar un comentario