Después de tres días de búsqueda, Lucas Menghini, una de las tantas victimas de la falla de Balvanera, apareció sin vida en el fuelle que separa el tercer y cuarto vagón del tren 3772.
Como si fuera una macabra broma del destino, como si fuera la asquerosa frutilla del repugnante postre, el último recoveco de esperanza que quedaba en esta tragedia se perdió hoy pasadas las siete de la tarde.
El número 51 de la lista, un chico de 20 años quien, como tal, tenía toda una vida por delante, es un ejemplo tanto simbólico como concreto de lo que trajo aparejada esta desdicha.
Aunque se tratase de un caso aislado, aunque hubiese sido el único fallecido en el accidente, hubiese sido un hecho indignante para todos. Pero hubo otros 50 Lucas que se fueron antes de ayer, y otros tantos que resultaron heridos física y, sobretodo, psicológicamente. Esta circunstancia hace que se considere al caso de Lucas como “uno más”, lo cual es una terrible falta de respeto tanto para él, para los suyos, e inclusive para nosotros.
Nos hemos acostumbrado a contar las vidas. Como si fueran cuantificables, como si no valieran más que para la estadística. El ejemplo más evidente de estos días es “mueren 120 personas en una represión en Siria”, o “mueren 400 personas congeladas por la ola de frío polar en Europa”. Es como si fueran simplemente números.
¿Desde cuándo importa tan poco la vida? Si cada persona es un universo, tenemos que entender que cada uno de nosotros es un proyecto andante, con un pasado, un presente y, principalmente, un futuro. Que detrás de cada dato estadístico hay seres humanos, como quien escribe, como quien esta leyendo esto en este momento. Con sus broncas, con sus virtudes, con sus alegrías, con sus desesperanzas y sus anhelos, con nuestras diferencias y similitudes, vivimos este regalo que se llama vida.
Un número, un hijo, un hermano, un sobrino, un amigo, un ciudadano, fue Lucas. Nunca lo conocí, probablemente ustedes tampoco. Pero por el simple hecho de que su vida fue tan valiosa como la de todos nosotros, les propongo no olvidarlo.
No olvidar que fue una victima y saber que si hay victimas, hay victimarios. Reclamar justicia para que estos victimarios, sean quienes sean, paguen las consecuencias de sus negligencias o su falta de amor por la vida y, por tanto, su falta de amor propio.
Para que no olvidemos al “número 51”, ni a ninguno de los demás. Para que su muerte no haya sido en vano, para que no haya más muertes que lamentar. Debemos empezar a interesarnos un poco más en buscar mejorar las cosas, en desenmascarar a quien corresponde, en luchar contra quienes conciente e inconcientemente atentan contra ustedes, nosotros, contra todos. A dejar de esperar que las cosas se arreglen solas, a que las arreglen “ellos”, porque evidentemente hay cosas que no se hicieron y no se están haciendo.
Porque aunque no sean altruistas, inclusive si son las personas más egoísta del mundo, no les gustaría ser un Lucas más, o que un Lucas más se les vaya de su vida.
A la memoria de Lucas Menghini Rey, y de quienes se fueron con el.
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