domingo, 12 de febrero de 2012

La Cracia del Demos

Probablemente la democracia sea el sistema representativo que las sociedades “civilizadas” y modernas consideran como el más perfecto, pero dado que el mundo no siempre funciona como debería, nos podemos preguntar ¿Hasta qué punto es efectivo este sistema?
Con lo que sabemos, pensemos en la Argentina: para una gran parte, sino la mayoría de la población, la democracia consiste en ir a votar cada cuatro años al presidente, o cada dos años a los legisladores. Más allá de esto, al concepto se lo asocia con una vaga idea de libertad y de pluralismo.
Ahora bien, sin excluir lo anteriormente mencionado, pensemos en su alcance: en tanto acto cívico y en tanto ideal meramente abstracto. Probablemente la democracia consista en un accionar mucho más complejo y activo; su mismísima etimología puede darnos una mano:

Demos = Pueblo                  Cracia = Gobierno/poder

Fue pensada en éstos términos desde su gestación: el poder del pueblo, el gobierno del pueblo.
¿Qué implica esto? ¿A qué atañerá esa idea de “pueblo”? No son preguntas de una simple o única respuesta, pero podemos aventurarnos a decir que esto significa que el verdadero gobierno consiste en el poder que el pueblo, entendido como la totalidad de la población, este dispuesto a ejercer. Entonces sigámonos preguntando ¿Hasta qué punto el pueblo esta dispuesto a ejercer este poder? Ese puede que sea el quid de la cuestión.
El hecho de que el pueblo sea quien detente el poder, desemboca en el que tenga la potestad de elegir a sus representantes (delegando y, por tanto, concentrando este poder), y de deponerlos en caso de que no cumplan con sus obligaciones. Es decir, el pueblo (al menos técnicamente) puede hacer tanto subir como bajar a quien lo represente. Aquí es donde entra en juego el voto.

El pueblo elige, el pueblo juzga, el pueblo es libre. Es libre de moverse a su antojo en las esferas sociales, de un centro de poder a otro. Sartre decía que la vida es una cuestión de elecciones. Vuelven los interrogantes: ¿Es que el pueblo será verdaderamente libre? ¿La vida en democracia garantiza necesariamente la libertad?
Tengamos en cuenta que nos movemos dentro del limitado y riguroso marco de la Norma, por lo que, de movida, estamos hablando de una libertad relativa. Claro que probablemente sin esta norma sería todo bastante más caótico, ya decía Hobbes que “el hombre es el lobo del hombre”.
De cualquier manera, no solo la ley limita el accionar del hombre, sino también los condicionamientos materiales que entran en un juego dialéctico con los condicionamientos psico-socio-culturales. El pueblo, pretendidamente libre, ve coartada su libertad por limitaciones económicas y culturales que desembocan directamente en su opresión.

El aspecto plural de la democracia suele asociarse con la oferta de propuestas que, en la mayoría de los casos, solo es tenida en cuenta a la hora de votar.
Partiendo de la clásica división entre la izquierda y la derecha, el pueblo elige entre una gama de propuestas, que muchas veces no tienen más sustento que aquél apoyado en los lugares más comunes: abogar por la igualdad y el bienestar general de los individuos. La mencionada pluralidad se disuelve cuando la reproducción del fin se vuelve mecánica y cuando, al mismo tiempo, los medios para alcanzarlos pecan de imprecisos.
Por otra parte, la pluralidad se expresa en la variedad de voces, siempre dispuestas a imponer su verdad, pero pocas veces capaces de sustentarla con argumentos fuertes. En este sentido, y sin intenciones de caer en elitismos al estilo de Adorno y Horkheimer, esa variedad de voces se traduce en un círculo vicioso que desemboca en el peor de los males: la crítica destructiva.


Hemos de ser concientes de que la democracia va más allá, mucho más allá del simple acto de emitir un voto, o de las ya mencionadas sensaciones de libertad y de pluralidad.
Si nos reconocemos como pueblo, debemos reconocer nuestros derechos inmanentes y permanentes. Saber que el estado es más que un gobierno, saber que somos parte fundamental de ese estado (cuyo gobierno, insisto, somos capaces de poner o deponer), y que nuestra voz, en tanto actor colectivo, debe ser escuchada siempre que se trate de una lucha auténtica. Para este pueblo, así como para cualquier otro, lo auténtico reside en que sea lo mejor para todos.
La democracia es, por sobre todas las cosas, involucrarse y denunciar lo que se considere que esta errado. La democracia es enderezar el camino en caso de que éste sea guiado por la ceguera que implica el poder.
Aquí no hablo ni de la revolución permanente, ni del caos anarquista, sino de una simple (y a la vez compleja) cuestión: si algo anda mal, no esperar a que se arregle solo o “desde arriba”, sino preocuparse e intentar contribuir para lograr sortear el problema. Algo tan simple para unos y tan, pero tan difícil para otros como no “quedarse en el molde” cuando algo nos inquiete.
Pensémoslo dos segundos: ¿Cómo las cosas han de cambiar o mejorar si mi crítica no conlleva ninguna propuesta para que se supere la situación actual? A eso apuntaban las líneas arriba escritas: no hay mayor mal que la critica destructiva. Claro que de la crítica es el primer paso para cambiar el estado de las cosas, o al menos algún aspecto del mismo, pero hemos de esforzarnos para nos quedarnos allí. La consigna debe ser construir, y no deconstruir. Dar un paso más allá, al entender que no existen los blancos o negros sino eternos grises, de los cuales pueden extraerse los elementos para alcanzar una salida superadora. Hegel nos planteaba que para una tesis, existe una antitesis, de cuya conjunción se llega a una síntesis. Dicho en criollo, esto no es otra cosa que rescatar lo bueno de lo malo, tener en cuenta lo malo de lo bueno para alcanzar un estado superior y conciliador.
Caer en la soberbia de pensarse o saberse perfecto y terminado, no hace mas que obstaculizar el progreso de un hombre que Freire concibe como histórico e inacabado.
Entender la real libertad que implica la democracia, es reconocer que detentamos un poder que no conocemos, o que no nos dejan conocer, poder mediante el cual podemos alcanzar ese estado de igualdad y bienestar que, hasta el día de la fecha, registra escasas experiencias en la historia universal.

1 comentario:

  1. A mi parecer sigo afirmando que las palabras de Mariano Moreno cunado escribe el prólogo de su traducción del libro "El contrato social" de Rousseau pintan bien claramente la importancia del pueblo en el gobierno, pero no cualquier "pueblo", sino uno que esté lo suficientemente preparado y educado para saber elegir. Y con esto no digo como Sarmiento que sólo las élites deben emitir su voto, sino que los gobiernos deberían dedicar parte de su presupuesto a "formar" al pueblo. Moreno escribió "Si los pueblos no se ilustran, si no se vulgarizan sus derechos, si cada hombre no conoce lo que vale, lo que puede y lo que se le debe, nuevas ilusiones sucederán a las antiguas, y después de vacilar algún tiempo entre mil incertidumbres, será tal vez nuestra suerte mudar de tiranos sin destruir la tiranía».
    Y eso quedó bien demostrado en la posibilidad que tuvo más de un dictador o gobiernos no democrticos en tomar el mando en nuestro país, lo que a su vez motivó en gran parte la idiosincrasia de los argentinos que ante el miedo y las pocas armas con las que estaban formados provocaron su "incapacidad de actuar" y por lo tanto lo llevaron al famoso "no te metás" que solemos emplear en más de una cuestión y no sólo en política.

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