¿A qué le suena la palabra “esclavitud”? Lo primero que se le vendrá a la mente será, si no me equivoco, a un negro africano trabajando en condiciones infrahumanas, pongámosle, en una mina o en un ingenio de azúcar.
Claro que esta en lo cierto. Probablemente la esclavitud exista desde aquél momento de la historia en el que, parafraseando a Marx, se dio la división entre trabajo manual y trabajo intelectual. Claro que también el modelo de esclavo es el que mencionamos líneas más arriba.
Pero también claro está que la esclavitud (Abolida varias veces, oficialmente en 1949 por la Asamblea General de la ONU) sigue existiendo, y en algunas partes, en peores condiciones que las de aquél negro del ingenio.
Todo proceso muta, revistiendo otras formas con el correr el tiempo, y la esclavitud, para lamento de todos e indiferencia de muchos, no es la excepción.
Si consideramos a la esclavitud como «el estado o condición de un individuo sobre el cual se ejercitan los atributos del derecho de propiedad o algunos de ellos», podemos pensar que dicha condición persiste actualmente, bajo otras formas, mas invisibles y menos institucionalizadas que antaño.
La esclavitud hoy día se da en varios niveles. El más explicito lo vemos en los talleres clandestinos, en donde persiste el trabajo infantil y en donde la explotación al inmigrante esta a la orden del día. No solo talleres, sino todo tipo de trabajo forzado, rural o urbano, en el que el propietario dispone a su antojo de la fuerza de trabajo de aquellos que no encuentran otra opción que hacerlo para subsistir, aprovechándose de tal condición.
Otro nivel es el de la prostitución, que empieza con una promesa de trabajo, sigue con un viaje desde lugares lejanos y termina con una suerte de secuestro, maltrato y degradación de las jóvenes. La trata de blancas, que es la más explicita modalidad de la llamada violencia de género, es a su vez una de las más terribles formas de la esclavitud moderna. Esta violencia es ejercida también dentro del mismo núcleo familiar, en donde persisten ciertas estructuras patriarcales en las cuales la agresión no es solo física, sino también psíquica.
Pasando a otro nivel de análisis ¿Quién no se quejó alguna vez, o varias veces, de la rutina? Podríamos considerarla como cierta forma de esclavitud, más sutil claro esta. El trabajo, ese trabajo que con tanto pesar debemos realizar para poder comer o suplir nuestras necesidades, nos tiene la mayoría de las veces atados de pies y manos. Volvemos, como en el articulo anterior, al postulado Sartreano: el que dice que la vida misma se trata de puras elecciones…quizás estaba en lo cierto, pero cuando entran variables como “una familia que mantener”, “gustos que darse”, o lisa y llanamente “tener algo para comer”, la elección se complejiza bastante.
¿Y el consumo? ¿Hasta qué punto somos libres de elegir lo que necesitamos y lo que necesitan algunos que necesitemos? Siguiendo el concepto de las “necesidades creadas”, no es tan descabellado pensar que la publicidad y el marketing se la han ingeniado muy bien para ubicar una necesidad donde no la hay. Pensemos en el ejemplo más claro que es el del desarrollo tecnológico: ¿es realmente necesario cambiar un celular cada dos meses, un televisor por un LCD, inclusive el auto después de poquísimos años de uso? es una herida al ego y a nuestra capacidad de decidir inteligentemente, pero ¿por qué no pensar que una de esas tantas cosas que escapan a nuestro dominio?
En última instancia, la esclavitud moderna no es más que un estado mental. Dicen que no hay peor esclavo que aquél que se sabe libre: probablemente esa sea la peor de las esclavitudes, la falsa conciencia de una libertad ilusoria. Suena fuerte pero, quizás todos somos esclavos y libres en algún punto, el primer paso para salirse de esa esclavitud es darse cuenta de que realmente uno no puede elegir o decidir libremente.
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