"Si los pueblos no se ilustran, si no se vulgarizan sus
derechos, si cada hombre no conoce lo que vale, lo que puede y lo que se le
debe, nuevas ilusiones sucederán a las antiguas, y después de vacilar algún
tiempo entre mil incertidumbres, será tal vez nuestra suerte mudar de tiranos
sin destruir la tiranía"
Mariano Moreno
Abordar
la cuestión de la independencia nacional, a 196 años de su declaración, implica
hablar del accionar de los pueblos latinoamericanos como un todo interconectado,
ya que se trató de un proceso emancipatorio a nivel continental que se fue
dando simultáneamente y con objetivos similares después de mas de tres siglos
de dominación colonial.
La
independencia precursora en América Latina fue la de Haití, en 1804, en la que
negros y pardos esclavizados lucharon contra fuerzas inglesas y hasta contra el
ejército de Napoleón Bonaparte, al cual derrotaron al costo de perder media
población en batalla. Esta sublevación fue una clara muestra de que las
potencias del momento (Gran Bretaña y Francia) no eran invencibles, por lo que
revolucionarios de la primera hora como Francisco de Miranda empezaron a pensar
en que la liberación de las colonias, además de necesaria, era posible.
Durante un viaje en Europa, Simón Bolívar
conoció a Miranda para quien Colombia era el nombre que debería llevar
toda Sudamérica. La idea de la unidad de los territorios, que se concretaría en
la conformación de la Gran Colombia, se fundaba en el pensamiento de que era
necesario desplazar cualquier tipo de interés colonialista al conformar un
autogobierno sólido e integrador de la diversidad de sectores que había en las
convulsionadas sociedades de principio del siglo XIX. Fue este sentido el que
adoptó la lucha de los libertadores: lograr la formación de un gobierno propio,
independiente respecto a las potencias colonialistas, en el cual se logrará a
conciliación entre españoles, criollos, mestizos, indios y negros. El mismo
Bolívar abogaba por esto al proclamar: “No somos indios ni europeos, sino
una especie media entre los legítimos propietarios del país y los usurpadores
españoles; en suma, siendo nosotros americanos por nacimiento y nuestros
derechos los de Europa, tenemos que disputar éstos a los del país y mantenernos
en él contra la invasión de los invasores.”
Este fue el camino trazado también por San
Martín, Artigas y O’Higgins, quienes encontraron posiciones antagónicas dentro
de sus territorios de origen. De hecho, la declaración de la independencia de
las Provincias Unidas de Sud América puso en evidencia la cristalización de dos
posturas que también se enfrentaron en Mayo de 1810: por una parte estaban
quienes proponían el gobierno de un monarca Inca y por otra quienes abogaban
por la búsqueda de un príncipe europeo. Esto último da cuenta de una mentalidad cipaya que tuvo en Rivadavia a su primer
representante significativo y que, con el correr del tiempo, se haría carne en
personajes como Alberdi y Sarmiento: el pensamiento de que todo lo que venía de
Europa era mejor.
El proyecto revolucionario tuvo sus enemigos
internos y en el caso de la independencia de esta parte del globo encontró en
Rivadavia un gran obstáculo. El primer “presidente” fue quien impulsó el
crédito con la Baring Brothers (una banca inglesa), el cual inauguró la
constante de la deuda externa que se mantuvo hasta fines de siglo. Por otra
parte, fue quien se negó a brindarle apoyo al ejército de San Martín en la
guerra del Perú y quien firmó un armisticio con las Cortes españolas por lo que
fue acusado de querer comprar la independencia. Decididamente adverso a los
planes de los libertadores, decidió no concurrir al Congreso de Panamá
(convocado por Bolivar con el objeto de buscar la unión de Hispanoamérica), a
la vez que decidió firmar un Tratado de Amistad, Comercio y Navegación con Gran
Bretaña, el cual abrió el país al capital extranjero y lo condenó a limitarse a
la producción de materias primas agropecuarias.
José Gervasio Artigas hablaba de luchar contra
los “malos europeos” y los “peores americanos”. Los primeros fueron derrotados
por los patriotas luego de varias décadas e innumerables batallas; los segundos
fueron los que terminaron saboteando los planes revolucionarios ya que transformaron
la dominación colonial española en una dependencia económica inglesa: ya
hablamos de Rivadavia, pero esta tendencia se reprodujo en la conformación
misma del Estado-Nación en la que no solo se tomaron los modelos
gubernamentales europeos, sino que se estableció un modelo económico
dependiente de las importaciones y los créditos del país anglosajón (de ahí, el
famoso “modelo agro-exportador”).
Justamente fue Inglaterra el país externo que más fogoneó el proceso emancipatorio
con el fin obtener beneficios económicos. Ya desde las primeras invasiones
inglesas en las costas rioplatenses se vislumbraba la idea de apoderarse de
ciertos puntos estratégicos del continente como los puertos de Buenos Aires y
de Montevideo, para poder acceder a las minas altoperuanas y a Chile y Perú.
También aportó su diplomacia en la independencia uruguaya y apoyó la transición
brasileña hacia un imperio independiente de la metrópoli portuguesa. Uno de los
reveces más importantes que sufrió fue la batalla de la Vuelta de Obligado, en
la que la Confederación Argentina liderada por Rosas derrotó a las fuerzas
anglo-francesas que venían con intenciones de “pacificar” las relaciones entre
Buenos Aires y Montevideo.
Si la influencia inglesa fue trascendental
durante el periodo revolucionario, no menos importante fue la hegemonía
norteamericana en esta parte del continente, principalmente durante el siglo
XX. La enunciación de la llamada Doctrina Monroe, que proclamaba que “América”
debía ser para “los americanos”, fue el punto de partida: desde la cesión de
Méjico (en la que gran parte de este país pasó a manos de los Estados Unidos),
pasando por la Guerra de Cuba, y terminando en las intervenciones e invasiones
en diferentes países de Suramérica y Centroamérica, los marines y los
organismos financieros internacionales (las empresas, el FMI y el Banco
Mundial) se encargaron de que América, más que para los americanos, sea para
los norteamericanos. Pero así como los libertadores se habían alzado contra las
fuerzas invasoras, fueron muchos los revolucionarios que lucharon contra las
pretensiones imperialistas de la nueva potencia de turno. Entre aquellos
encontramos nombres como Emiliano Zapata, quien junto a Pancho Villa logró la
independencia mejicana; Cesar Sandino, líder de la resistencia nicaragüense contra
el ejército de ocupación estadounidense en Nicaragua y Ernesto
“Che” Guevara, líder junto a Fidel Castro de la revolución cubana en 1959.
La lucha dada por los libertadores del siglo XIX
y por revolucionarios del siglo XX es una lucha que sigue en pie, quizás mas
viva que nunca, por lograr una autentica independencia continental. Esto no
significa cortar todo tipo de relaciones con el exterior, “aislarse del mundo”
como dicen despectivamente desde ciertos sectores, sino que implica reforzar
los lazos políticos, económicos e identitarios entre los países de la región.
Reivindicar un mestizaje cultural que, a su vez, conforma una identidad propia,
ni europea ni norteamericana, sino latinoamericana. Si la actual crisis
político-económica que azota a Europa y a los Estados Unidos se hace sentir
levemente en la región, es porque las políticas tomadas de un tiempo a esta
parte por los distintos gobiernos apuntan a lo mismo: dejar de mirar para
afuera y centrarse en lo que pasa adentro. Y “adentro” no significa la
Argentina, Bolivia, Venezuela o Ecuador aisladamente, sino que “adentro” alude
al conjunto de países que sigue luchando codo a codo en base a aquél ideario de
“Patria Grande” con el que soñaron quienes marcaron a sangre y fuego el destino
de estas tierras.
Publicado en Inconsciente Colectivo Nº 3, Julio 2012.
Publicado en Inconsciente Colectivo Nº 3, Julio 2012.
Excelente Juan.
ResponderEliminarEstá todo sintetizado de una manera impecable.
Abrazo