Si hay
algo que caracterizó a la historieta argentina desde que dio sus primeros pasos
fue su uso de la sátira política y del relato costumbrista como herramienta
para ser testigo de su tiempo, para contarnos la historia y hablarnos de la
vida a su manera. Debe ser por esto, además de por la genialidad artística de
las obras, que es la más importante en América Latina y una de las más
reconocidas a lo largo y ancho del globo.
Tanta
historia tiene la historieta, que se remonta a finales del siglo XIX cuando
Caras y Caretas lanzaba sus primeras publicaciones. Algunos de los más
reconocidos personajes se destacan por ser expresiones de la cultura nacional,
como el gaucho Inodoro Pereyra, el indio Patoruzú, el inmigrante Don Nicola, o
el mujeriego Loco Chávez. Otros, brillan por ser grandes comentaristas
socio-políticos como Mafalda, con su ternura e ironía, o El Eternauta, con su
dura crítica a la dictadura militar a través de una fascinante ficción. La licencia
artística para matar de estos personajes le costó la vida a quien se
transformaría en un ícono de la lucha política a través del arte: Héctor
Oesterheld.
La
producción nacional se las vio difícil varias veces, sobre todo en dos
momentos: después de la llamada “época dorada”, en los 60, cuando entró en
crisis como consecuencia de la aparición de la televisión, del ingreso de
revistas mexicanas, y de la partida de los mejores dibujantes a Europa; y en
los 90, década en la que el Capitán América y Superman acompañaron al Banco
Mundial y al FMI en la vorágine neoliberal.
También
se las vio difícil para hacerse un lugar dentro del campo cultural argentino,
cuando pasó a la cotidianeidad a través del diario, con un público de La Nación que se mostraba
reacio a aceptar esas “frivolidades” que no se correspondían con la seriedad
del medio. Desde la literatura vinieron los mayores rechazos, considerando a
este género como bastardo, infantil, y marginal, visión que algunos sigue
compartiendo. Sin embargo, luego de la devastadora (en todo sentido) década del
noventa, se produjo un reavivamiento del género que llega hasta nuestro días,
de la mano de reconocidos exponentes como Liniers, Langer, Tabaré, Paz, y sobre
todo de la reaparición de la histórica revista Fierro, dirigida por otro ícono
de la historieta nacional como lo es Juan Sasturain. Por otra parte, hubo una
revaloración de leyendas como Quino, el mismo Oesterheld, y los todavía
cotidianos Nik y Sendra y Rep.
Hace
cinco años se nos fue uno de los gigantes, el Negro, dejándonos a Inodoro, a
Boggie, y a otros tantos personajes, además de los mejores libros de la pasión
futbolera argentina; y hace un mes se nos fue otro de los grandes como lo fue
(y lo seguirá siendo) Caloi, y con él un personaje que a lo largo de sus
cuarenta años de vida fue siendo cada vez más querido por el público: Clemente.
Este pajarraco sin pico ni brazos fue el crítico político y económico por
excelencia, de las tiras además de la expresión más acabada de una pasión bien
nuestra como lo es el futbol. En Clemente encontramos la filosofía de un
Diógenes y el Linyera, el análisis socio-político de una Mafalda, o la pasión
por las mujeres de un Loco Chávez. Del estilo del Gaturro de Nik, Clemente
analiza la vida cotidiana desde la sabiduría del barrio, desde el sentido común
de la calle.
Es por
todo esto que hace un mes, más que un genial autor y un irremplazable
personaje, se nos fueron dos cachos de cultura que perdurarán por siempre en el
imaginario colectivo de esta sociedad en la que generó tantas reflexiones, y
que tantas risas les agradecen.
Publicado en Inconsciente Colectivo Nº 2, Junio 2012.
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