Se fue quien, hasta donde sé, es el hombre más odiado de esta era en esta parte del mapa.
El “hijo de puta”, el “genocida”, el “dictador”, en fin, se fue la cara visible y más recordada de los años más oscuros de la historia argentina reciente.
Toda vez que hablo sobre aquella época – y acá me pongo bien personal – me siento desprovisto de autoridad. Todo lo que sé de la dictadura lo sé por los libros, los relatos, las anécdotas. Digamos, por lo que me contaron. Eso me hace sentir hasta hipócrita y un tanto ignorante.
En base a lo que me contaron, mucho o poco, más o menos riguroso, puedo afirmar que se fue uno de los personajes más nefastos que ha pisado este suelo.
Honestamente, tengo un problema para tildar a alguien de “malo”. Después de mucho haberlo analizado, supongo que es así porque nadie me ha defraudado realmente y porque me descubro bastante cristiano en ese sentido.
Digo, encuentro en mí esos valores que abogan por amar al prójimo, perdonar, sentir empatía y la mar en coche (aclaro, de todos modos, que dudo que sean cristianos. Seguramente sean más antiguos, pero en estos términos es más fácil entendernos).
Entonces, ¿Cómo pensar a este personaje? ¿Desde dónde? ¿En base a qué?
Hay algo bastante concreto: Mucho gente la pasó mal. Y hay algo trágicamente más concreto: Miles de ellos hoy no están entre nosotros.
Y ni siquiera sé sí los mataron – lo cual es monstruoso en sí mismo – sino que quedó ese siniestro y amargo dejo de incertidumbre que descansa en la figura de los “desaparecidos”.
No están. Y los que vivieron para contarlo narraron historias que, ampliamente, superan a la mejor película de terror hollywoodense.
Me pone mal. Ese dejo de empatía que vive en mí piensa en esas almas que andan vagando quién sabe por dónde. Pero esto me excede ampliamente. Puedo sentir algo pero, al fin de cuentas, no interesa demasiado. Siento, sin embargo, que lo me sucede a mi le pasa a un buen número de contemporáneos.
La traducción de todo esto suele utilizar los adjetivos que escribí en el segundo párrafo.
Al menos yo, quiero entender que toda esta cuestión supera a la figura de Videla. Intento analizarlo como algo más conceptual: Videla y sus secuaces como expresión de un modo de ver el mundo. Incomprensible, irracional, siniestro, pero un modo de entender las cosas.
¿Eliminar la amenaza marxista? ¿Mantener un modelo económico? Tenga el fundamento que tenga (sobre lo cual hay mucho escrito), Videla, así como Roca, Sarmiento, Hitler, Bush o cualquier otro “hijo de puta” que se nos venga a la cabeza tuvieron, en su momento, una forma bastante concreta de ver el mundo.
Esos anteojos no me calzan y entiendo que, afortunadamente, esa no es ni fue la visión del “pueblo” o de las “mayorías”. El problema surge cuando esas minorías logran, de diferentes modos, imponer esa visión de las cosas y actuar en consecuencia.
No Videla, sino lo que representa. Al fin de cuentas, su existencia física era un detalle, ¿O acaso los treinta mil que no están no representan tanto más que muchos de los que todavía respiran?
Me propongo, entonces, no opinar sobre su accionar sino ser consciente de que existió y existen personas con esa forma de ver las cosas. Ser consciente de las cosas es el primer paso para enfrentarlas (o aceptarlas).
No me preocupo por los que se van sino por los que quedan.
Creo que la noticia de hoy no sirve para otra cosa que para recordar que, aunque nos pese, sigue habiendo algún que otro “hijo de puta” dando vueltas.
Y todo esto, con el debido perdón de las “putas”, que mucho más dignas son de lo que la sociedad les quiere hacer creer.
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