Es por todos conocido que desde hace siglos la iglesia católica viene
sembrando millones de fieles alrededor del globo sea por convicción o por
imposición. Por este motivo, la mayoría de las naciones adoptaron al cristianismo
como su religión oficial – en realidad, en todos los casos el culto católico
antecedió a la fundación de los estados nacionales modernos, sobre todo en
Latinoamérica. La Argentina nació siendo un territorio en el que Jesús tenía
tanto o más poder que cualquier gobernante venidero.
La iglesia como institución
Históricamente la iglesia fue catalogada de conservadora o “derechista”.
Sin necesidad de recordar los años de la inquisición o de las guerras santas,
es vox populi que se trata de una institución muy ortodoxa que, a través del
imperio de la palabra del señor, busca adoctrinar a su manera a todos sus
fieles. Sin buscar que estos comentarios resulten peyorativos para los
creyentes, se trata justamente de creer o no creer. Quienes no estamos de
acuerdo con el proceder histórico de la iglesia no buscamos defenestrar a los
católicos, quienes genuinamente buscan un refugio en la palabra santa, sino que
cuestionamos las verdaderas intenciones de los altos mandos de la institución y
de la doctrina – medieval, a nuestro entender – que siguen transmitiendo a toda
costa.
La iglesia coqueteó con el poder desde siempre en nuestro país, ya sea durante gobiernos democráticos, ya sea durante los gobiernos de facto. No es de extrañar que durante la última dictadura militar, muchos curas y demás autoridades eclesiásticas hayan sido acusados y/o condenados por haber sido cómplices de tan nefasto proceso. La iglesia busca mantener el orden existente, divino y natural según dicen. Los militares buscaban lo mismo, así como muchos políticos y ciudadanos que temían una reproducción de las revoluciones comunistas e “izquierdistas” que hubo a lo largo del siglo pasado. No debió ni debe extrañar a nadie la consonancia entre estos actores sociales en tiempos como los vividos en los 70 – y antes también. Claro que siempre hay excepciones, como las del hoy por hoy renombrado y recordado padre Mugica.
La iglesia coqueteó con el poder desde siempre en nuestro país, ya sea durante gobiernos democráticos, ya sea durante los gobiernos de facto. No es de extrañar que durante la última dictadura militar, muchos curas y demás autoridades eclesiásticas hayan sido acusados y/o condenados por haber sido cómplices de tan nefasto proceso. La iglesia busca mantener el orden existente, divino y natural según dicen. Los militares buscaban lo mismo, así como muchos políticos y ciudadanos que temían una reproducción de las revoluciones comunistas e “izquierdistas” que hubo a lo largo del siglo pasado. No debió ni debe extrañar a nadie la consonancia entre estos actores sociales en tiempos como los vividos en los 70 – y antes también. Claro que siempre hay excepciones, como las del hoy por hoy renombrado y recordado padre Mugica.
El papa argentino
El nuevo papa, el argentino Jorge Bergoglio, bautizado como Francisco I
es aclamado, idolatrado, respetado y amado en todo el mundo. En los medios se
refleja un típico exitismo por tener un papa de nuestra nacionalidad y también
un gran asombro por el “sencillo estilo de vida” que mantenía antes de asumir
como sumo pontífice; las crónicas dicen que viajaba en transporte público para
ir a las villas, que era austero, que vivía en un departamento sencillo, entre
otras adulaciones. Muchos tildan a Bergoglio como un cura villero, siempre
preocupado por los desposeídos y por las injusticias sociales. Fue conocido por
muchos cuando, en reiteradas oportunidades, se enfrentó con los gobiernos de
Néstor y Cristina Kirchner al denunciar el actual estado de “desigualdad
social”. Pero también conocido fue por levantar las banderas de una suerte de
nueva cruzada santa contra los herejes que querían una legislación para que
personas del mismo sexo se pudiesen casar o para que las mujeres pudieran
decidir sobre su cuerpo y su vida. Tampoco esto ha de extrañar a nadie: antes
de ser papa, Bergoglio era la autoridad máxima de la iglesia católica nacional,
por lo que no hizo más que defender la ortodoxia que históricamente caracterizó
al clero.
Ahora bien, distinto tinte toma la cuestión cuando introducimos el
factor “política” en el medio. Y este es el aspecto más controversial del
actual papa. Por un lado, acérrimos defensores del “modelo nacional y popular”
liderado por la actual presidenta, se oponen fuertemente a la figura de
Francisco I. En la mayoría de los casos se lo repudia por haber sido “cómplice
de la última dictadura militar”, pero también por haber estado del lado del
campo durante los días de la 125, por oponerse a las ya citadas leyes del
aborto y del matrimonio igualitario, por ser confesor de varios líderes de la
oposición y, por sobre todas las cosas, por manifestar su descontento públicamente
contra el accionar del actual gobierno. Si hacemos un poco de memoria, podemos
recordar lo que pasó con Perón cuando se puso en contra a la cúpula mayor de la
iglesia, la cual se alió con los militares y demás civiles para inaugurar la
famosa “revolución liberadora” (o fusiladora, como bien ilustró Walsh en Operación Masacre).
A pesar de que muchos piensen que el catolicismo es algo “pasado de
moda” y que no está para nada en consonancia con los tiempos que corren, es
cierto que la iglesia, como institución material y hasta simbólica, sigue
detentando un importante poder en nuestro país. Los líderes de la oposición
bien saben esto, por lo que buscaron siempre en Bergoglio un aliado político en
la guerra que hace años vienen intentando tener en contra de los gobiernos
kirchneristas. Esto traduce en un: quienes celebraron la designación de
Francisco I, no solo fueron los fieles incondicionales, sino también quienes
vieron y ven en este hecho una buena carta para jugarle al gobierno nacional.
De alguna forma, más de uno va a querer sacar provecho de que una figura
tildada de opositora y tan importante como Bergoglio sea el nuevo papa.
Su relación con la dictadura
En 1986 el fundador del Centro de Estudios Legales
y Sociales (CELS), Emilio Mignone publicó en el libro Iglesia y dictadura.
El papel de la iglesia a la luz de sus relaciones con el régimen militar que
el entonces Superior Provincial de la Compañía de Jesús en la Argentina, Jorge
Bergoglio, dejó sin protección al sacerdote Orlando Yorio, quien trabajaba en
villas y quien fuera secuestrado durante cinco meses, en los que padeció
vejaciones y torturas en la ESMA. Horacio Verbitsky, periodista de reconocida
trayectoria y actual editorialista de Página 12, publicó en 2005 un libro
llamado El Silencio, en el cual avala
con testimonios lo escrito por Mignone veinte años atrás y agrega que Bergoglio
fue clave también el secuestro de otro sacerdote llamado Francisco Jalics. En
respuesta a estas acusaciones, el actual papa afirmó ante la justicia e inclusive
en el libro El jesuita, conversaciones
con el cardenal Jorge Bergoglio – escrito por los periodistas Sergio Rubín
y Francesca Ambrogetti – que les había advertido a los sacerdotes del
peligro que corrían pero que no le hicieron caso y que hizo lo que pudo con la
poca “edad que tenía y las pocas relaciones con las
que contaba para abogar por las personas secuestradas”. No existe ninguna causa
judicial pendiente por este asunto, pero la controversia sigue viva y, hoy día,
más vigente que nunca.
Bergoglio probablemente no sea un cura villero, pero tampoco esta probado que realmente haya sido cómplice directo de la dictadura militar del 76. Al parecer de este humilde servidor no es ni un santo ni un genocida, es un miembro más del clero y de la sociedad argentina, con sus intereses, ortodoxias y juegos de poder bien definidos. Que sea un buen o mal papa, es irrelevante mientras la iglesia siga mintiendo sus rígidos e inservibles parámetros de realidad social. Que sea un actor fundamental o no en las próximas elecciones legislativas y que le pueda llegar a “hacer el juego a la derecha” contra el gobierno de Cristina Kirchner, es algo que esta por verse.
Bergoglio probablemente no sea un cura villero, pero tampoco esta probado que realmente haya sido cómplice directo de la dictadura militar del 76. Al parecer de este humilde servidor no es ni un santo ni un genocida, es un miembro más del clero y de la sociedad argentina, con sus intereses, ortodoxias y juegos de poder bien definidos. Que sea un buen o mal papa, es irrelevante mientras la iglesia siga mintiendo sus rígidos e inservibles parámetros de realidad social. Que sea un actor fundamental o no en las próximas elecciones legislativas y que le pueda llegar a “hacer el juego a la derecha” contra el gobierno de Cristina Kirchner, es algo que esta por verse.
Por
ahora, todas son puras especulaciones y opiniones bien y malintencionadas.
Extrañaba tu prosa. Yéndose a un extremo y abonando la teoría conspirativa, el tuit de D'Elía suma al debate:
ResponderEliminar"Franciso I es a América Latina lo que Juan Pablo II fue a la Unión Sovietica. El nuevo intento del imperio por destruir la unidad suramericana"
Todavía no tomamos dimensión de lo que significó la muerte de Chávez. Europa y Estados Unidos deben haberse asombrado mucho con lo que fue la masividad de los que lo acompañaban. Me resulta demasiado llamativo que después de la muerte del líder más importante de latinoamérica se elija por primera vez en la historia a un Papa latinoamericano. Ya veremos cómo se comporta en lo discursivo. Un buen ejercicio serán las próximas legislativas, sabremos si hay algún tipo de especulación política con él y nos aclarará más el panorama.