lunes, 9 de julio de 2012

La lucha por la independencia, a fuego y sangre


"Si los pueblos no se ilustran, si no se vulgarizan sus derechos, si cada hombre no conoce lo que vale, lo que puede y lo que se le debe, nuevas ilusiones sucederán a las antiguas, y después de vacilar algún tiempo entre mil incertidumbres, será tal vez nuestra suerte mudar de tiranos sin destruir la tiranía"
Mariano Moreno


Abordar la cuestión de la independencia nacional, a 196 años de su declaración, implica hablar del accionar de los pueblos latinoamericanos como un todo interconectado, ya que se trató de un proceso emancipatorio a nivel continental que se fue dando simultáneamente y con objetivos similares después de mas de tres siglos de dominación colonial.
La independencia precursora en América Latina fue la de Haití, en 1804, en la que negros y pardos esclavizados lucharon contra fuerzas inglesas y hasta contra el ejército de Napoleón Bonaparte, al cual derrotaron al costo de perder media población en batalla. Esta sublevación fue una clara muestra de que las potencias del momento (Gran Bretaña y Francia) no eran invencibles, por lo que revolucionarios de la primera hora como Francisco de Miranda empezaron a pensar en que la liberación de las colonias, además de necesaria, era posible.
Durante un viaje en Europa, Simón Bolívar conoció a Miranda para quien Colombia era el nombre que debería llevar toda Sudamérica. La idea de la unidad de los territorios, que se concretaría en la conformación de la Gran Colombia, se fundaba en el pensamiento de que era necesario desplazar cualquier tipo de interés colonialista al conformar un autogobierno sólido e integrador de la diversidad de sectores que había en las convulsionadas sociedades de principio del siglo XIX. Fue este sentido el que adoptó la lucha de los libertadores: lograr la formación de un gobierno propio, independiente respecto a las potencias colonialistas, en el cual se logrará a conciliación entre españoles, criollos, mestizos, indios y negros. El mismo Bolívar abogaba por esto al proclamar: “No somos indios ni europeos, sino una especie media entre los legítimos propietarios del país y los usurpadores españoles; en suma, siendo nosotros americanos por nacimiento y nuestros derechos los de Europa, tenemos que disputar éstos a los del país y mantenernos en él contra la invasión de los invasores.”
Este fue el camino trazado también por San Martín, Artigas y O’Higgins, quienes encontraron posiciones antagónicas dentro de sus territorios de origen. De hecho, la declaración de la independencia de las Provincias Unidas de Sud América puso en evidencia la cristalización de dos posturas que también se enfrentaron en Mayo de 1810: por una parte estaban quienes proponían el gobierno de un monarca Inca y por otra quienes abogaban por la búsqueda de un príncipe europeo. Esto último da cuenta de una mentalidad cipaya que tuvo en Rivadavia a su primer representante significativo y que, con el correr del tiempo, se haría carne en personajes como Alberdi y Sarmiento: el pensamiento de que todo lo que venía de Europa era mejor.
El proyecto revolucionario tuvo sus enemigos internos y en el caso de la independencia de esta parte del globo encontró en Rivadavia un gran obstáculo.  El primer “presidente” fue quien impulsó el crédito con la Baring Brothers (una banca inglesa), el cual inauguró la constante de la deuda externa que se mantuvo hasta fines de siglo. Por otra parte, fue quien se negó a brindarle apoyo al ejército de San Martín en la guerra del Perú y quien firmó un armisticio con las Cortes españolas por lo que fue acusado de querer comprar la independencia. Decididamente adverso a los planes de los libertadores, decidió no concurrir al Congreso de Panamá (convocado por Bolivar con el objeto de buscar la unión de Hispanoamérica), a la vez que decidió firmar un Tratado de Amistad, Comercio y Navegación con Gran Bretaña, el cual abrió el país al capital extranjero y lo condenó a limitarse a la producción de materias primas agropecuarias.
José Gervasio Artigas hablaba de luchar contra los “malos europeos” y los “peores americanos”. Los primeros fueron derrotados por los patriotas luego de varias décadas e innumerables batallas; los segundos fueron los que terminaron saboteando los planes revolucionarios ya que transformaron la dominación colonial española en una dependencia económica inglesa: ya hablamos de Rivadavia, pero esta tendencia se reprodujo en la conformación misma del Estado-Nación en la que no solo se tomaron los modelos gubernamentales europeos, sino que se estableció un modelo económico dependiente de las importaciones y los créditos del país anglosajón (de ahí, el famoso “modelo agro-exportador”).
Justamente fue Inglaterra el país externo que más fogoneó el proceso emancipatorio con el fin obtener beneficios económicos. Ya desde las primeras invasiones inglesas en las costas rioplatenses se vislumbraba la idea de apoderarse de ciertos puntos estratégicos del continente como los puertos de Buenos Aires y de Montevideo, para poder acceder a las minas altoperuanas y a Chile y Perú. También aportó su diplomacia en la independencia uruguaya y apoyó la transición brasileña hacia un imperio independiente de la metrópoli portuguesa. Uno de los reveces más importantes que sufrió fue la batalla de la Vuelta de Obligado, en la que la Confederación Argentina liderada por Rosas derrotó a las fuerzas anglo-francesas que venían con intenciones de “pacificar” las relaciones entre Buenos Aires y Montevideo.
Si la influencia inglesa fue trascendental durante el periodo revolucionario, no menos importante fue la hegemonía norteamericana en esta parte del continente, principalmente durante el siglo XX. La enunciación de la llamada Doctrina Monroe, que proclamaba que “América” debía ser para “los americanos”, fue el punto de partida: desde la cesión de Méjico (en la que gran parte de este país pasó a manos de los Estados Unidos), pasando por la Guerra de Cuba, y terminando en las intervenciones e invasiones en diferentes países de Suramérica y Centroamérica, los marines y los organismos financieros internacionales (las empresas, el FMI y el Banco Mundial) se encargaron de que América, más que para los americanos, sea para los norteamericanos. Pero así como los libertadores se habían alzado contra las fuerzas invasoras, fueron muchos los revolucionarios que lucharon contra las pretensiones imperialistas de la nueva potencia de turno. Entre aquellos encontramos nombres como Emiliano Zapata, quien junto a Pancho Villa logró la independencia mejicana; Cesar Sandino, líder de la resistencia nicaragüense contra el ejército de ocupación estadounidense en Nicaragua y Ernesto “Che” Guevara, líder junto a Fidel Castro de la revolución cubana en 1959.
La lucha dada por los libertadores del siglo XIX y por revolucionarios del siglo XX es una lucha que sigue en pie, quizás mas viva que nunca, por lograr una autentica independencia continental. Esto no significa cortar todo tipo de relaciones con el exterior, “aislarse del mundo” como dicen despectivamente desde ciertos sectores, sino que implica reforzar los lazos políticos, económicos e identitarios entre los países de la región. Reivindicar un mestizaje cultural que, a su vez, conforma una identidad propia, ni europea ni norteamericana, sino latinoamericana. Si la actual crisis político-económica que azota a Europa y a los Estados Unidos se hace sentir levemente en la región, es porque las políticas tomadas de un tiempo a esta parte por los distintos gobiernos apuntan a lo mismo: dejar de mirar para afuera y centrarse en lo que pasa adentro. Y “adentro” no significa la Argentina, Bolivia, Venezuela o Ecuador aisladamente, sino que “adentro” alude al conjunto de países que sigue luchando codo a codo en base a aquél ideario de “Patria Grande” con el que soñaron quienes marcaron a sangre y fuego el destino de estas tierras.


                                                                                                                           Publicado en Inconsciente Colectivo Nº 3, Julio 2012.