lunes, 30 de enero de 2012

Carta de un jefe piel roja

Esta carta se le atribuye a un jefe llamado Seattle, de la tribu Swamanish, habitantes primitivos de los territorios del noroeste del actual estado de Washington. Se dice fue enviada en 1854 o 1855, al presidente de los Estados Unidos Franklin Pierce (1853-1857), en respuesta a la intención de comprar una amplísima extensión de tierras indias, prometiendo crear una "reservación" para el pueblo originario.

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Lago Washington, Junio de 1854

El Gran Jefe Blanco de Wáshington ha ordenado hacernos saber que nos quiere comprar las tierras. El Gran Jefe Blanco nos ha enviado también palabras de amistad y de buena voluntad. Mucho apreciamos esta gentileza, porque sabemos que poca falta le hace nuestra amistad. Vamos a considerar su oferta pues sabemos que, de no hacerlo, el hombre blanco podrá venir con sus armas de fuego a tomar nuestras tierras. El Gran Jefe Blanco de Wáshington podrá confiar en la palabra del jefe Seattle con la misma certeza que espera el retorno de las estaciones. Como las estrellas inmutables son mis palabras.
¿Cómo se puede comprar o vender el cielo o el calor de la tierra? Esa es para nosotros una idea extraña.
Si nadie puede poseer la frescura del viento ni el fulgor del agua, ¿cómo es posible que usted se proponga comprarlos?
Cada pedazo de esta tierra es sagrado para mi pueblo. Cada rama brillante de un pino, cada puñado de arena de las playas, la penumbra de la densa selva, cada rayo de luz y el zumbar de los insectos son sagrados en la memoria y vida de mi pueblo. La savia que recorre el cuerpo de los árboles lleva consigo la historia del piel roja.
Los muertos del hombre blanco olvidan su tierra de origen cuando van a caminar entre las estrellas. Nuestros muertos jamás se olvidan de esta bella tierra, pues ella es la madre del hombre piel roja. Somos parte de la tierra y ella es parte de nosotros. Las flores perfumadas son nuestras hermanas; el ciervo, el caballo, el gran águila, son nuestros hermanos. Los picos rocosos, los surcos húmedos de las campiñas, el calor del cuerpo del potro y el hombre, todos pertenecen a la misma familia.
Por esto, cuando el Gran Jefe Blanco en Wáshington manda decir que desea comprar nuestra tierra, pide mucho de nosotros. El Gran Jefe Blanco dice que nos reservará un lugar donde podamos vivir satisfechos. Él será nuestro padre y nosotros seremos sus hijos. Por lo tanto, nosotros vamos a considerar su oferta de comprar nuestra tierra. Pero eso no será fácil. Esta tierra es sagrada para nosotros. Esta agua brillante que se escurre por los riachuelos y corre por los ríos no es apenas agua, sino la sangre de nuestros antepasados. Si les vendemos la tierra, ustedes deberán recordar que ella es sagrada, y deberán enseñar a sus niños que ella es sagrada y que cada reflejo sobre las aguas limpias de los lagos hablan de acontecimientos y recuerdos de la vida de mi pueblo. El murmullo de los ríos es la voz de mis antepasados.
Los ríos son nuestros hermanos, sacian nuestra sed. Los ríos cargan nuestras canoas y alimentan a nuestros niños. Si les vendemos nuestras tierras, ustedes deben recordar y enseñar a sus hijos que los ríos son nuestros hermanos, y los suyos también. Por lo tanto, ustedes deberán dar a los ríos la bondad que le dedicarían a cualquier hermano.
Sabemos que el hombre blanco no comprende nuestras costumbres. Para él una porción de tierra tiene el mismo significado que cualquier otra, pues es un forastero que llega en la noche y extrae de la tierra aquello que necesita. La tierra no es su hermana sino su enemiga, y cuando ya la conquistó, prosigue su camino. Deja atrás las tumbas de sus antepasados y no se preocupa. Roba de la tierra aquello que sería de sus hijos y no le importa.
La sepultura de su padre y los derechos de sus hijos son olvidados. Trata a su madre, a la tierra, a su hermano y al cielo como cosas que puedan ser compradas, saqueadas, vendidas como carneros o adornos coloridos. Su apetito devorará la tierra, dejando atrás solamente un desierto.
Yo no entiendo, nuestras costumbres son diferentes de las suyas. Tal vez sea porque soy un  salvaje y no comprendo.
No hay un lugar quieto en las ciudades del hombre blanco. Ningún lugar donde se pueda oír el florecer de las hojas en la primavera o el batir las alas de un insecto. Mas tal vez sea porque soy un hombre salvaje y no comprendo. El ruido parece solamente insultar los oídos.
¿Qué resta de la vida si un hombre no puede oír el llorar solitario de un ave o el croar nocturno de las ranas alrededor de un lago?. Yo soy un hombre piel roja y no comprendo. El indio prefiere el suave murmullo del viento encrespando la superficie del lago, y el propio viento, limpio por una lluvia diurna o perfumado por los pinos.
El aire es de mucho valor para el hombre piel roja, pues todas las cosas comparten el mismo aire -el animal, el árbol, el hombre- todos comparten el mismo soplo. Parece que el hombre blanco no siente el aire que respira. Como una persona agonizante, es insensible al mal olor. Pero si vendemos nuestra tierra al hombre blanco, él debe recordar que el aire es valioso para nosotros, que el aire comparte su espíritu con la vida que mantiene. El viento que dio a nuestros abuelos su primer respiro, también recibió su último suspiro. Si les vendemos nuestra tierra, ustedes deben mantenerla intacta y sagrada, como un lugar donde hasta el mismo hombre blanco pueda saborear el viento azucarado por las flores de los prados.
Por lo tanto, vamos a meditar sobre la oferta de comprar nuestra tierra. Si decidimos aceptar, impondré una condición: el hombre blanco debe tratar a los animales de esta tierra como a sus hermanos.
Soy un hombre salvaje y no comprendo ninguna otra forma de actuar. Vi un millar de búfalos pudriéndose en la planicie, abandonados por el hombre blanco que los abatió desde un tren al pasar. Yo soy un hombre salvaje y no comprendo cómo es que el caballo humeante de hierro puede ser más importante que el búfalo, que nosotros sacrificamos solamente para sobrevivir.
¿Qué es el hombre sin los animales? Si todos los animales se fuesen, el hombre moriría de una gran soledad de espíritu, pues lo que ocurra con los animales en breve ocurrirá a los hombres. Hay una unión en todo.
Ustedes deben enseñar a sus niños que el suelo bajo sus pies es la ceniza de sus abuelos. Para que respeten la tierra, digan a sus hijos que ella fue enriquecida con las vidas de nuestro pueblo. Enseñen a sus niños lo que enseñamos a los nuestros, que la tierra es nuestra madre. Todo lo que le ocurra a la tierra, le ocurrirá a los hijos de la tierra. Si los hombres escupen en el suelo, están escupiendo en sí mismos.
Esto es lo que sabemos: la tierra no pertenece al hombre; es el hombre el que pertenece a la tierra. Esto es lo que sabemos: todas la cosas están relacionadas como la sangre que une una familia. Hay una unión en todo.
Lo que ocurra con la tierra recaerá sobre los hijos de la tierra. El hombre no tejió el tejido de la vida; él es simplemente uno de sus hilos. Todo lo que hiciere al tejido, lo hará a sí mismo.
Incluso el hombre blanco, cuyo Dios camina y habla como él, de amigo a amigo, no puede estar exento del destino común. Es posible que seamos hermanos, a pesar de todo. Veremos. De una cosa estamos seguros que el hombre blanco llegará a descubrir algún día: nuestro Dios es el mismo Dios.
Ustedes podrán pensar que lo poseen, como desean poseer nuestra tierra; pero no es posible, Él es el Dios del hombre, y su compasión es igual para el hombre piel roja como para el hombre piel blanca.
La tierra es preciosa, y despreciarla es despreciar a su creador. Los blancos también pasarán; tal vez más rápido que todas las otras tribus. Contaminen sus camas y una noche serán sofocados por sus propios desechos.
Cuando nos despojen de esta tierra, ustedes brillarán intensamente iluminados por la fuerza del Dios que los trajo a estas tierras y por alguna razón especial les dio el dominio sobre la tierra y sobre el hombre piel roja.
Este destino es un misterio para nosotros, pues no comprendemos el que los búfalos sean exterminados, los caballos bravíos sean todos domados, los rincones secretos del bosque denso sean impregnados del olor de muchos hombres y la visión de las montañas obstruida por hilos de hablar.
¿Qué ha sucedido con el bosque espeso? Desapareció.
¿Qué ha sucedido con el águila? Desapareció.
La vida ha terminado. Ahora empieza la supervivencia.
Gran jefe Seattle.

miércoles, 25 de enero de 2012

“América para los (norte) americanos”

¿A usted cómo le cae nuestro colosal vecino del norte? Claro que probablemente le agrade el lujo de Miami, la diversión de Disney, o las pompas de Las Vegas.
Sin embargo, y sin ánimos de arruinarle el “sueño americano” a nadie, debemos saber que aquél gran país, “libre y democrático” como es, no fue construido sobre una base, precisamente, de amor y paz.
Usted me refutará este postulado, argumentando que ningún país se levantó sobre los cimientos del amor y la cooperación desinteresada (nuestra patria es un vivo ejemplo de ello); pero créame, la historia de los Estados Unidos tiene ciertas particularidades, digamos, distintivas…Primero la Doctrina Monroe levantó las banderas de la independencia continental hallando el campo para lo que sería la Doctrina del Destino Manifiesto, a través de la cual se justificaron todas las intervenciones norteamericanas no solo en Latinoamérica, sino en otras partes del globo.

El fundamento originario

Es por todos conocido que a partir del siglo XV, las principales potencias europeas invadieron el continente al que ellos llamaron América: a grandes rasgos, españoles y portugueses en el sur e ingleses en el norte. También es Vox populi que el siglo XIX fue el de las revoluciones locales independistas. La declaración de la autonomía estadounidense en 1776 y la constitución de 1787, sentaron un precedente para los mencionados procesos del siglo siguiente.


En 1823 el presidente James Monroe pronunciaba en su discurso anual al congreso que “Los continentes americanos (…) no podrán considerarse ya como campo de futura colonización por ninguna potencia europea”, proclamando así que América era para los americanos.
Un siglo después, el presidente Theodor Roosvelt (aquél Nobel de la Paz que decía que “Ningún triunfo pacífico es tan grandioso como el supremo triunfo de la guerra”), proclamaba en su discurso anual de 1904 que no solo América debía ser para los americanos, sino que los norteamericanos estaban llamados a actuar en carácter de garante de la democracia y del orden civilizado, por lo cual debían expandir sus fronteras y sus zonas de influencia no solo a nivel continental, sino mundial (de ahí que Estados Unidos haya intervenido en la Primera guerra mundial).

La colonización moderna

En base a estas dos doctrinas, se justificó una verdadera colonización en Latinoamérica:
- La cesión mexicana (1848): la tierra traspasada por México fue del 14,9 % del área total del territorio de los Estados Unidos actual y del 119% del territorio actual de México.
- Invasión de Nicaragua (1855): el aventurero William Walker, operando en interés de los banqueros Morgan y Garrison, invade Nicaragua y se proclama presidente. Durante sus dos años de gobierno invadiría también a los vecinos países de El Salvador y Honduras, proclamándose igualmente jefe de Estado en ambas naciones. Walker restauró la esclavitud en los territorios bajo su ocupación. Estados Unidos seguiría controlando la vida política y económica de Nicaragua, apoyando a las dictaduras de Somoza padre e hijo durante el siglo XX.
- La guerra de Cuba (1898): Sus principales resultados fueron la “independencia” de Cuba (tutelada por los Estados Unidos) y la pérdida, por parte de España, del resto de sus colonias en América y Asia (Puerto Rico, Filipinas y Guam), cedidas también a Estados Unidos.
- Invasión de Puerto Rico (1898): Fuerzas estadounidenses al mando del general Nelson A. Miles desembarcan en Puerto Rico.
- El control del canal de Panamá (1903): luego de una invasión, la república de Panamá cedió a perpetuidad a EE. UU. Los derechos sobre una zona del istmo en la que se construirá el futuro canal de Panamá.
- Invasión de Haití (1911): el presidente Simon fue derrocado y el control de la Banque Nationale pasó al City Bank of New York, mientras que los desórdenes de julio de 1915 dieron pretexto para la ocupación militar estadounidense. En 1915, los marines ocupan Haití para "restaurar el orden". Se establece un protectorado que durará hasta 1934.
- Invasión de República Dominica (1916): El presidente dominicano Cáceres obtuvo una refinanciación de la deuda con la condición de que el gobierno de EE. UU. Se hiciera cargo de las aduanas del país. El presidente Jiménez renunció sin transigir con los asesores y en mayo de 1916 desembarcaron los marines, que declararon ocupado al país el 26 de noviembre.
- Invasión de Guatemala (1920): Con motivo de la insurrección popular que derriba del poder al presidente Manuel Estrada Cabrera, desembarcan los marines con el pretexto de resguardar la Embajada y la vida y bienes de ciudadanos norteamericanos.
- Invasión en Honduras (1924): La infantería de marina USA invade a Honduras para "mediar" en un enfrentamiento civil. Un militar hondureño asume el gobierno provisional. Honduras ocupa el primer lugar mundial en la exportación de bananas, pero las ganancias son para la United Fruit Company (de allí "la república bananera")
- Intervención en Brasil (1964): El presidente de Brasil Joao Goulart, quien se proponía llevar a cabo una reforma agraria y nacionalizar el petróleo, es víctima de un golpe de estado
apoyado y promovido por Estados Unidos.
- Intervención en Bolivia (1971): el embajador estadounidense en Bolivia de finales de la década de 1960 y principios de la de 1970, Douglas Henderson, orquestó el respaldo a los generales de Santa Cruz en el golpe de Estado de Hugo Banzer, en 1971, mediante la intervención de grupos armados ilegales.
- Intervención en Chile (1973): Golpe Militar al gobierno de Salvador Allende organizado y financiado por la CIA. Ascenso de Augusto Pinochet.
- Intervención en Uruguay (1973): Los militares toman el poder en Uruguay, apoyados por Estados Unidos.
- Intervención en Argentina (1976): Asume el poder una dictadura militar en Argentina. Años después se desclasificaron en Estados Unidos casi 5000 documentos secretos que revelaron la estrecha colaboración y el apoyo otorgado desde los más altos niveles del poder
en Washington a los militares argentinos.
-Invasión de Nicaragua (1980-90): apoyo militar a los Contras para derrocar al régimen Sandinista de Daniel Ortega.
- Invasión de Panamá (1989): operativo militar realizado por el ejército de EE.UU., con el propósito de capturar al general Manuel Antonio Noriega, Comandante en Jefe de las Fuerzas de Defensa de la República de Panamá, quien era requerido por la justicia estadounidense acusado del delito de narcotráfico.
- Invasión de Granada (1983): EE.UU. intervino en alianza con países caribeños, aduciendo una militarización cubano-soviética de la isla.
- Intervención en El Salvador (1980-1992): Con el apoyo de Estados Unidos, el gobierno incurrió en reiterados fraudes electorales y en el asesinato de cientos de opositores y manifestantes. En 1980 los opositores tomaron las armas y se inició la guerra civil. La guerra terminó oficialmente en 1992 dejando 75.000 muertos.
- Intervención en Venezuela (2002): La Marina de Estados Unidos ayudó al golpe de Estado del 11 de abril de 2002 en Venezuela con el envío de información secreta desde sus navíos en el Caribe a los golpistas.

El “imperialismo yanqui”

De esta somera e inconclusa cronología se desprenden varias cuestiones. En primera instancia, las modalidades: no solo fueron invasiones por parte de los marines o entrenamiento de tropas locales a cargo del ejército estadounidense, sino también intervenciones a través del accionar de compañías multinacionales, bancos, filibusteros, gobiernos de facto, etc. En segunda instancia, debemos mencionar que en cada país, como un Guatemala o Nicaragua por ejemplo, las invasiones fueron varias, en distintos momentos y a través de diferentes mecanismos.
Claro que también un factor clave en todo este proceso fue la invisibilidad de la influencia estadounidense: dado que en gran parte se trataron de movimientos sutiles, hasta el día de hoy, gran parte de la gente no esta al tanto de la magnitud de las intervenciones y de su influencia en el desarrollo de la historia de los países.
Las intervenciones directas de ayer en America Latina, las vemos desde comienzos de siglo en medio oriente con las guerras, por ejemplo, de Irak y Afganistán. Las indirectas también se sucedieron en Asia y algunas partes de Europa.

Sin dudas, un triunfo se vuelve evidente y es aquel al que Jauretche llama “Colonización pedagógica”: que usted se deslumbre por el lujo de Miami, la diversión de Disney, o las pompas de Las Vegas, forma parte de un largo proceso de ocupación no solo territorial, sino mental a través del cual la cultura estadounidense se consolidó como hegemónica en todo el mundo occidental, imponiendo lo que se debe considerar civilizado y aceptable.

¿Ahora no le suena tan fuerte el termino “imperialismo yanqui”, verdad?

jueves, 19 de enero de 2012

Callate, ignorante


El brasilero Paulo Freire fue uno de los pensadores que supo entender más acabadamente aquella famosa frase de Sócrates “Solo sé que no sé nada”.
¿Freire y Sócrates? Efectivamente, uno de los postulados del pedagogo plantea que el hombre es un ser inacabado: esto es, en continuo crecimiento y aprendizaje. Sabio es aquél que entiende que nunca entenderá todo, y que siempre se puede aprender más, aunque nunca aprenderemos todo.
Si aceptamos esto, podemos afirmar 1) que la ignorancia no existe o 2) que todos somos ignorantes… ¿y si ambas son ciertas? Empecemos por  ofensiva para luego pasar a la más controvertida.
En algún punto, por más que a algunos se les aplaque el orgullo, todos somos ignorantes. Peca de obvio pero: podemos saber mucho de cierto tema, y absolutamente nada de otro. Reconocerlo uno probablemente sea más llevadero que si otro nos lo reconoce; de cualquier forma, esto se vuelve evidente a la larga.
Parece contradictorio ahora plantear que la ignorancia no existe, pero que no se malentienda: lo que no existe es la ignorancia absoluta. Todos sabemos algo, por más útil o inútil que nos resulte a nosotros a los otros. Permítaseme caer en los estereotipos para dejarlo claro: ¿Qué diferencia hay entre que un Doctor en Filosofía llame ignorante a un campesino por no saber las reglas del método Cartesiano, con que el hecho de que éste campesino llame ignorante al filósofo por no saber arriar  una vaca? ¿Qué es más útil? ¿Quién es el ignorante? No hay una respuesta única para esto, podemos decir que ambos conocimientos son útiles en determinados contextos y en otros no, y que ninguno de ellos es ignorante: saben de algo pero de lo otro, lo cual no los convierte en unas bestias irracionales.
Como podemos ver, se trata de la sencilla y compleja tarea de abrir el campo visual: de entender que todos tenemos capacidades, distintas, con más o menos status social, diferentes pero quizás complementarias. También entender que esa escala entre más capaces y por tanto mejores, y menos capaces y por tanto peores, no es más que una invención y convención social.
Pensar antes de llamar a otro, despectivamente, ignorante, incapaz, “inculto” o inútil, porque…quién sabe, de esa persona es muy probable que podamos aprender saberes que ni sabemos, en nuestro sana ignorancia, que existen.

sábado, 7 de enero de 2012

¿La tercera es la vencida?

Para muchos “guerra mundial” es un término que ha caído en desuso desde hace varías décadas, es algo del pasado, algo que no va a volver, algo de lo que aprendimos la lección. Algo que ha sido repudiado por toda la humanidad y que, con la creación de la ONU y demás organismos internacionales, no volvería a pasar.
Después del horror del nazismo que quería someter al mundo bajo su irracional régimen, las heroicas naciones occidentales se encargaron de levantar las banderas de la libertad, la justicia y finalmente la paz, en pos de una mejor calidad de vida para toda la humanidad. Desde entonces, hace más de medio siglo, hemos aprendido que la guerra no es el camino, que podemos convivir en armonía, que bajo la tutela de organismos internacionales aglutinantes hemos de resignificar nuestras relaciones entre los países.

Si esto fuera así, este texto se titularía “sobre la paz en el mundo” o “sobre la armonía de las relaciones internacionales”. Pero no.




Haciendo un herético recorte histórico, tomemos como punto de partida el final de la última guerra, mal llamada “mundial”:

Luego de la caída oficial del nazismo en tanto régimen (en tanto ideología convive hoy día con nosotros, más de lo que pensamos seguramente) nos encontramos con dos países fuertes: Estados Unidos y la URSS (Rusia). Ambos países crearon zonas de influencia contrapuestas ideológicamente aunque el fin de los dos polos era el mismo: expandir sus ideales, su cultura, su modo de vida a la mayor cantidad de países posibles. A este proceso se lo conoce como “guerra fría” y tuvo su finalización con aquel hito que fue la caída del muro de Berlín. Este último hecho significó la caída del comunismo en Europa y en las mismas URSS y el triunfo del capitalismo en gran parte del globo.
Ya de movida ¿qué “paz” podemos esperar sí inmediatamente después de la tan criticada segunda guerra mundial entramos (entraron) en otra guerra, la fría?
Y dentro de esa guerra hubo otras, como la de Vietnam y Corea, y otras que no llegaron a concretarse, como en el caso de los misiles en Cuba. Al año siguiente presenciamos la primera guerra televisada (¿montada?): la guerra del Golfo. Una década después nos encontramos con conflictos bélicos como la guerra de Yugoslavia, el ataque a Afganistán, y la tan recordada por estos días guerra de Irak.
El año pasado fuimos testigos de la primavera árabe, de la protesta de los indignados y de la crisis económica en Europa y Estados Unidos. Las hostilidades en medio oriente parecen no tener fin: empezó la crisis en Egipto, pasó por Libia, se aproxima a Siria y a Irán. Este último país la semana estuvo haciendo pruebas de misiles que llamaron la atención de los Estados Unidos, y ya empezó a correr por ahí una palabra que nos aterroriza: nuclear. Hago la siguiente pregunta, y si alguien sabe la respuesta que la comparta: ¿en qué momento reinó la paz y qué nos puede llevar a pensar que supuestamente no puede haber otro conflicto bélico a gran escala como ya pasó dos veces el último siglo?
Si hablamos de tendencias, tenemos que ser realistas (no pesimistas, realistas) y decir: contrariamente a lo que plantean los famosos objetivos del milenio de la ONU (reducir la pobreza, lograr la paz mundial y demás clichés) estamos yendo en dirección diametralmente opuesta: a rasgos generales, cada vez hay mas pobreza, se agranda la brecha social, y se gasta más en armamento que en alimentos.
¿El detonante de otra guerra? Probablemente no lo sepamos a ciencia cierta ahora, pero hablar de los yacimientos petrolíferos, gasíferos, y de cualquier otro recurso natural que sirva no solo para hacer negocios, sino para sobrevivir, puede darnos una pauta.
La tensión entre las fuerzas de occidente y de oriente se reavivan una vez en otro escenario: lo que ayer fue la disputa entre Alemania, Rusia, Inglaterra y Estados Unidos, hoy se renueva con nuevos actores como Irán, Israel o Venezuela.

¿Será que estamos en la “inexorable marcha hacia el abismo” como vaticina el líder cubano Fidel Castro? ¿Será que el juicio final, como dicen los escritos religiosos, ha de hacerse carne a tan alto costo? O por el contrario ¿Será que algún día abramos mejor los ojos y nos demos cuenta que estamos yendo, desde hace un buen tiempo, en línea recta hacia nuestra autodestrucción?


martes, 3 de enero de 2012

Mitos indispensables para el mantenimiento del status quo

La costumbre. Como nos acostumbramos a ver como “naturales” ciertos hechos, pasados y presentes, que distan tanto de serlo.
Nacemos pensando que el estado de ciertas cosas existió desde siempre, y morimos pensamos que así seguirá siendo. Como si el presente no tuviese un pasado que lo fue haciendo posible, olvidamos que la historia se encargó y se encarga, a través de sus innumerables luchas, de construir lo que existe y destruir lo que no pudo ser.
Tan pesado es el efecto narcotizante de la costumbre, que nos lleva a tomar por verdaderos ciertos mitos, sin duda fundantes, de la sociedad en la que vivimos. En este sentido Paulo Freire, aquel famoso pedagogo brasilero, reconocido mundialmente por sus campañas de alfabetización y por la invención de la llamada “Educación Popular”, nos habla en su obra cumbre “Pedagogía del oprimido” de los Mitos indispensables para el mantenimiento del Status Quo:

El mito (…) de que el orden opresor es un orden de libertad. De que todos son libres para trabajar donde quieren. Si no les agrada el patrón, pueden dejarlo y buscar otro empleo. El mito de que este “orden” respeta los derechos de la persona humana y que, por lo tanto, es digno de todo aprecio. El mito de que todos pueden llegar a ser empresarios siempre que no sean perezosos y, más aun, el mito de que el hombre que vende por las calles, gritando: “dulce de banana y guayaba” es un empresario tanto cuanto lo es el dueño de una gran fábrica. El mito del derecho de todos a la educación cuando, en Latinoamérica, existe un contraste irrisorio entre la totalidad de los alumnos que se matriculan en las escuelas primarias de cada país y aquellos que logran el acceso a las universidades. El mito de la igualdad de clases cuando el “¿sabe usted con quién está hablando?” es aún una pregunta de nuestros días. El mito del heroísmo de las clases opresoras, como guardianas del orden que encarna la “civilización occidental y cristiana”, a la cual defienden de la “barbarie materialista”. El mito de su caridad, de su generosidad, cuando lo que hacen, en cuanto clase, es un mero asistencialismo, que se desdobla en el mito de la falsa ayuda, el cual, a su vez, en el plano de las naciones, mereció una severa crítica de Juan XXIII. El mito de que las élites dominadoras, “en el reconocimiento de sus deberes”, son las promotoras del pueblo, debiendo éste, en un gesto de gratitud, aceptar su palabra y conformarse con ella. El mito de que la rebelión del pueblo es un pecado en contra de Dios. El mito de la propiedad privada como fundamento del desarrollo de la persona humana, en tanto se considere como personas humanas sólo a los opresores. El mito de la dinamicidad de los opresores y el de la pereza y falta de honradez de los oprimidos. El mito de la inferioridad “ontológica” de éstos y el de la superioridad de aquéllos.”

Podemos definir al mito en tanto “narración fabulosa e imaginaria que intenta dar una explicación no racional a la realidad”, o como un “Conjunto de creencias e imágenes idealizadas que se forman alrededor de un personaje o fenómeno y que le convierten en modelo o prototipo”.
En nuestro caso, desde el mito fundante del “Descubrimiento” de América hemos escuchado, leído, atestiguado los más insólitos acontecimientos que, en su momento, tomamos por ciertos. Algunos perduraron por más tiempo, como la zoncera (en palabras de Jauretche) de “Civilización y barbarie”, o la creencia en la bondad de la “Campaña del desierto” (hoy, la parte trasera de nuestros billetes con más valor).
Desde la “acción civilizadora” española, luego inglesa, y luego estadounidense, hasta nuestro aún reciente mito del “1 a 1”, atravesamos tantos mitos que sería imposible nombrarlos a todos, pero al menos vale la pena saber que existen, y si existen, que pueden ser derrumbados.